lunes, 29 de noviembre de 2010

Invierno

Ya está aquí. Ayer lo supe con certeza. Esa sensación. Frío helado. Frescor seco. Otro invierno adelantado y la cuenta atrás para reuniones y celebraciones ya ha empezado. Yo lo que querría es poder meterme en la cama todo ese tiempo, dormir y no despertarme hasta el 7 de enero. Pero no puedo hacerlo. Sería egoísta y, aunque desde hace ya unos años no me gustan estas fechas, también me perdería algunos momentos que guardar junto al resto de recuerdos.

No es que me siga aferrando al pasado. No, eso ya lo superé. Lo superé. Y recuerdo en especial estas fechas en aquellos otros años que compartí... me duele la nostalgia y no poder girar las manecillas del reloj en sentido contrario, me apena sí, eso no lo no voy a negar, pero seguí caminando.

Cuando comencé de nuevo a sonreír, después de varios inviernos, la vida, creo yo, quiso recompensarme y me hizo un regalo. El mejor de todos lo que tuve nunca. Me sentí completa y feliz a más no poder. Creí y sentí que, aunque continuaran llegando los problemas inevitables, todo sería distinto. Que siempre contaría con un sentimiento especial e incondicional y una mirada capaz de quitarme el frío aunque me encontrase en la misma Siberia. Pero nada de lo esperado sucedió. Aprendí que la vida no siempre hace regalos, que a veces sólo te presta un tesoro para que te sientas tú uno y después, cuando lo descubres, te pide que se lo devuelvas porque ya cumplió su misión. Y así, el invierno que pensé distinto se convirtió en otro invierno igual. Fue duro, claro, ninguna palabra es capaz de recoger la miseria que sentí, pero luché por sobrevivir. Lo sigo haciendo y puedo decir que, una vez más, lo conseguí. Salí. Me vencí a mi misma...

Y ya está aquí. Otro invierno triste. Sonrisas forzadas y la maldita certeza de saber que año tras año, pase lo que pase, será así.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Cosas de una nube

Me gusta que imiten mis muletillas, oír "¿abrazo?" mientras veo un cuerpo reflejando el mio. Sonreír ante la escena y responder como siempre quiero que me respondan. Me gusta la sensación que me queda después de hacer ejercicio y la sensación de tranquilidad que se acomoda junto a mi cuando sé que en cuestión de minutos estaré entrando por la puerta de mi casa. Es mi gran debilidad, adoro mi casa porque adoro las vidas que guarda, incluso cuando está vacía.

Dependiendo del día, me inspira el silencio o una pausada canción. No puedo escribir siempre de una única manera. Necesito todas, todas la maneras habidas y por haber las quiero para mi: feliz, triste, animada, cansada, con frases que me desbordan y con las peores sequías.

No puedo dejar de contarme cosas a mi misma, no puedo, y eso también me gusta. Pero a veces, cuando la nostalgia se hace con la primera posición en la lista de temas del día, se enmudece mi voz y las palabras salen por goteo: lentamente y resonando con un suave eco en mi mente que va subiendo de volumen y cogiendo fuerza hasta que me es imposible pensar en nada más si no lo escribo. Me gustaría tener más tiempo para sumergirme totalmente en la nostalgia pero, al final, siempre termino escuchando esa voz que me dice que no puedo hacerlo, que no, que no hay tiempo ni presente para revivir el pasado. Esos son los días que peor llevo.

Cuando conduzco y voy sola, o con alguien de mucha confianza, me gusta cantar las canciones que suenan por la radio o, cuando alguna no me agrada mucho, las que reproduce el compact disc que tenga en ese momento puesto. Y subir el volumen, eso también me gusta.

Me encanta que me pregunten "¿qué tal?" cuando estoy alegre porque así siempre puedo responder sonriendo con un "¡bien! ¿y tú?". Sin embargo odio que me lo pregunten cuando no me siento muy bien, porque no se me da bien mentir y como no se me da bien, no me gusta tener que decir "bueno...", así que trato de adelantarme siempre y preguntar yo primero "¿qué tal?" para olvidarme un poco de mi.

Me gusta tener siempre unos minutos para mi misma, para escribir cualquier cosa que mis dedos estén dispuestos a escribir a golpe de teclado, sí, eso sí que me gusta, me encanta, me chifla, me pirra... y me hace sentir ligera y especial en mi propia nube de ilusión.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Recuerdos de una noche

- Te acuerdas... - dice sonriendo y sus ojos brillan entonces rebosantes de alegría. Sonríe ella también.

- Sí... - cierra los ojos antes de seguir hablando - recuerdo la pequeña lámpara del pasillo encendida, la puerta de casa, tu casa, abierta y la oscuridad y el frescor de la noche fuera de ella. La mesa de comedor rectangular, tirando a estrecha, puesta, ocupando casi todo el espacio del pequeño salón. El asiento de las sillas tapizado con terciopelo rojo apagado. El juego de café que ahora está guardado tras una puerta de cristal traslúcido, lucía entonces en aquel salón. No les recuerdo a ellos allí - comienzan las lágrimas a brotar de sus ojos - sólo te recuerdo a ti, en aquella inmensa cocina, de pie junto al hornillo de carbón removiendo la sopa de gallina en una cazuela de color granate. Esa costumbre no la hemos perdido, ¿sabes?, y todos los años cuando la veo en el plato pienso en tí, en lo mucho que te gustaba la sopa de gallina - sonríe y se seca las lágrimas con la mano.

- Es la mejor sopa, nena, la más rica.

- Podrías quedarte un poco más... - suplica de nuevo al ver que se aleja.

- No dejes que se pierdan esos momentos, nena...

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Mañanas como aquella

Al despertarse vio que el viejo reloj blanco de hojalata marcaba las diez de la mañana. El segundero seguía avanzando mientras Berta mantenía su mirada fija en él y se abstraía con el hipnótico sonido. La persiana estaba subida, ya no le gustaba bajarla por la noche: ahora prefería dormirse mirando las estrellas desde la cama.

Se incorporó, sintiendo la suavidad del suelo de madera a través de sus calcetines grises, y se acercó a la ventana. Llovía. Las gotas de lluvia repiqueteaban en la parte inferior de los cristales y fuera las hojas de los árboles se agitaban, como si la saludaran alegremente. Sonrió.

Caminó hasta la cocina. En la fregadera estaban un cazo, y el plato de postre y la taza en los que la noche anterior había cenado un café con un trozo de tarta de manzana. Abrió la nevera, sacó la caja de leche y la posó sobre la encimera mientras fregaba rápidamente el cazo, la taza y el pequeño plato del fregadero. Echó un poco de leche en el cazo y lo puso al fuego.

Ya habían pasado un par de meses desde que consiguió un trabajo nuevo y salió de casa de sus amigos, aunque les seguía viendo muy a menudo ya que su nueva casa estaba en la misma ciudad a la que llegó en busca de oxígeno.

Berta adoraba los sábados, como aquél, y odiaba los domingos. Los sábados se levantaba a deshora, cuando su mente quisiera volver a la realidad, y pasaba la mañana caminando por los parques. Un día encontró un puesto de castañas y, con una arrebatadora energía que no supo de donde salió, se acercó al anciano que regentaba el puesto y le compró un cucurucho de castañas. En verdad no le gustaban las castañas, pero adoraba el calor que transmiten a través del cono de papel de periódico y esa sensación la hacía sentirse siempre más cerca de casa.

Cuando el cazo comenzaba a humear lo retiró del fuego y vertió la leche en la taza. Le echó un poco de miel y, soplando la taza que sujetaba con ambas manos, se sentó en una de las dos sillas que tenía en la cocina. Se bebió la mezcla dulce con aroma a invierno a pequeños sorbos, despacio, saboreándolo en su paladar y sintiendo el calor que iba acariciando su cuerpo. Al terminar dejó de nuevo la taza, caliente y  vacía, en la fregadera, fue hacia su habitación, se recogió el pelo en un improvisado moño, se puso las botas de plástico moradas, la parka blanca y se marchó a disfrutar de su mañana.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Castillos de arena

¿Quieres que te cuente un secreto? - no dice nada, sólo sigue mirándome fijamente- Cuando tú sonríes el mundo entero late a diez mil millones de pulsaciones por minuto - no aparta sus ojos de los míos hasta que transcurren unos veinte segundos, después baja la mirada y una lágrima resbala por su mejilla, brillando al trasluz del sol con su rostro. Intento coger la lágrima que su piel quiere quitarme pero no lo consigo y lo único con lo que me quedo es con su humedad en mis finos y helados dedos. Sonrío. - Vamos, deja la tristeza aquí y sal fuera a jugar con el sol. Te lo mereces porque no encuentro motivos que griten lo contrario. Sal cielo, sal... y sueña con todos los castillos de arena que puedas.

lunes, 8 de noviembre de 2010

La hora del recreo

Eran las once de la mañana. Fuera el cielo estaba cubierto por la oscura niebla, que le acercaba a un cegador blanco. Lily lo contemplaba maravillada a través de las ventanas del aula.

- Se te va a meter una mosca en la boca como no la cierres - la dijo Max mientras se reía para sus adentros

Lily miró al chico y sonrió.

- Bueno niños, es la hora del recreo así que vamos a bajar un rato al patio, a ver si tenemos suerte y no llueve.

Los niños se levantaron ruidosamente de sus sillas, mientras la profesora hacía muecas de irritación por el estrépito y siseaba pidiendo a los niños más cuidado. Lily cogió su parka verde, se la puso, subió la cremallera hasta arriba y abrochó los tres botones amarillos.

Era una clase de niños atípica porque eran pocas las veces en que se veía jugar por separado a niños y niñas. Normalmente acostumbraban a jugar al escondite o a llevarla pero algunos días los niños preferían jugar un rato al fútbol y las niñas, que no les gustaba mucho la idea de ese deporte, optaban por jugar a la comba o se intercambiaban conjuntos.

-¡La llevas! - gritó Hugh al tiempo que golpeó ligeramente el brazo de Max

Hugh salió corriendo en dirección contraria a su compañero mientras este se dispuso a correr hacia Katie, que formaba parte de su cuadrado en clase, ya que le quedaba a escasos metros. La niña comenzó a correr huyendo de Max. El sonido de las risas en el patio hacía que las profesoras que vigilaban el patio se contagiaran de la alegría y comenzaron a reír ellas también. 

A las once y veinte una aguda sirena empezó a sonar, tapando la mezcla de voces y risas. Los niños se colocaron en fila, como les habían indicado el primer día del curso, y comenzaron a entrar de uno en uno bajo la mirada de su profesora. Max se había quedado rezagado e iba el último. Subía los peldaños de las escaleras a la primera planta distraído, de repente pisó uno de los cordones que se le habían desatado y, tropezando así, fue a parar al suelo. Lily que iba a un par de pasos de él se giró al oír el golpe y vio a Max en el suelo: rojo como un tomate y quieto mirando el suelo. Descendió corriendo los peldaños que ya había subido hasta llegar donde estaba el niño.

- ¡Max!, ¿te has hecho mucho daño?... - pero Max no respondía- ¿estás bien?,¿te duele? - preguntó Lily al observar que el niño se agarraba el tobillo derecho
- Sí... - balbuceó el pequeño - ...me duele mucho - y entonces rompió a llorar
- Cógete a mi, vamos, te ayudaré a levantarte

Max fue parando las lágrimas al tiempo que caminaba lentamente y con cuidado, con el apoyo de Lily. 

- Lily... - susurró el niño antes de entrar en el aula
- ¿Sí? - preguntó ella susurrando también a la vez que sonreía
- Gracias

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Volver a vivir

¿Tú crees en otras vidas?, ¿en la reencarnación y cosas así?. Yo no sé qué pensar, a veces me digo que es imposible que seamos un ser vivo más en la Tierra y que tiene que existir algo más allá de la piel: otra oportunidad tal vez.

Sin embargo en otras ocasiones creo tener la certeza de que no hay nada más, que sólo tenemos esta vida y que, pensándolo bien, es muy corta. ¿Y si lo estoy haciendo mal?, quizá estoy perdiendo el tiempo en cosas que carecen de esencia, quizá esté conduciendo mi vida por una carretera llena de curvas sumergida en la niebla del otoño.

Yo lo que quiero es volver a sentir la sensación de paz que viví en aquellas tardes de verano de mi niñez. ¿Dónde se quedaron?Cuando no necesitaba más que el calor de julio, un chapuzón refrescante antes de comer y dejarme mecer por la leve brisa que corría allí... en el Cotero. ¿Por qué no pueden volver?, ¿por qué?, ¿por qué...?


Ya sé que es imposible que el pasado regrese pero quiero que el futuro me regale unos pocos días más como aquellos, ¿a quién debo pedírselo?, dime, si te enteras de quién tiene el poder de conceder ese tipo de deseos me lo dirás, ¿verdad?, ¿verdad?, ¿verdad...? Lo único que deseo es ver de nuevo ese cielo azul, mi azul de verano.

martes, 2 de noviembre de 2010

Vete

Creo que tengo hambre, hambre de ti, Amor Desconocido. Y digo creo porque no estoy segura al cien por cien. Quizá no sea un buen momento, ¿sabes?, ando desencantada de la vida y estoy cansada, muy cansada. Así que supongo que es mejor que no aparezcas, lo único que haría sería espantarte y no volverías más. No vengas, mejor no, porque sólo sufrirías innecesariamente y cuando vuelva a salir un rayo de sol en el cielo no me lo perdonaría y lloraría el peor de mis errores.

Supongo que no estoy preparada para dar abrazos y sé que sin ser capaz de dar es imposible recibir. Lo siento, lo siento mucho amor... perdóname por ser tan egoísta de desear que aparezcas y me quieras y yo no poder quererte. No vengas, hazme caso y vete, vete lejos que yo no te merezco.