Si cierro los ojos y me dejo llevar por el sonido de la lluvia que cae, puedo transportarme a las tardes de primavera, cuando la tormenta se desata en una milésima de segundo. Las nubes tienen ese color, gris ceniza, y bañan el aire con un calor húmedo. Todo el mundo la espera, mirando al cielo, desde el mediodía. Debajo de mis pies puedo sentirlo: el asfalto quema, pero cuando por fin le rocen las grandes gotas de lluvia se liberará...
Me quedo así, con los ojos cerrados y en la escena que yo misma me he creado. Prefiero olvidar que no estoy en la calle, corriendo para cubrirme, y todavía no es primavera. Así quizá, tal vez, cuando me despierte aparezca en medio de la nada, sobre el asfalto, y reciba con entusiasmo las tardes nuevas que viviré. Repetir las tormentas. Los pies mojados. Las sonrisas. Los abrazos.
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