- ¿Sí?.. Mamá... oye, ya te dije que no te preocuparas, que iba a estar bien y lo estoy, de verdad.... Vale pero no te preocupes más por favor, llamaré pronto prometido... que sí... yo también os quiero... Un beso.
Aleja el teléfono móvil de su oreja y, suspirando, le apaga. Sabe que es lo mejor para todos y se dice a sí misma que cuando tenga algún momento de debilidad y no aguante más el frío de la soledad, le encenderá de nuevo y llamará a casa para sentirse de nuevo arropada. Pero ahora es mejor desconectarle por una temporada.
Hace unos días que salió de casa en busca de tiempo para sí misma. Se sentía asfixiada en la rutina: trabajo, casa, reuniones con los amigos, trabajo... Hasta que se levantó una mañana y con el tiempo tan radiante que hacía se dijo que había llegado el momento, el momento de hacer su propio camino y no el que le decía el resto. Y ahora estaba allí, a más de mil kilómetros de su casa. Había viajado con desconocidos piadosos que sentían lástima de la joven y se prestaban a acercarla un poco más a su destino, la casa de unos amigos. Había conocido a Mario y Silvia hacía un par de años atrás, en uno de los festivales de música a los que solía acudir con Carlos. Carlos. Hacía más de un año que habían roto pero tan sólo pensar en su nombre hacía que algo dentro le resquemara. Carlos formaba parte del pasado que quería dejar precisamente en eso, pasado, porque la vida la había enseñado que lo pasado no tiene retorno y liberarse, que no olvidarse, de él es el único medio de continuar y poder ser feliz. Y eso es lo que pensaba hacer.
- ¿Se puede? - preguntó Mario al tiempo que llamaba a la puerta del cuarto de invitados donde se quedaba Berta
- Sí, claro, pasa... mi madre - dijo señalando el móvil que sujetaba todavía en la mano
- Ya... bueno, tú tómate el tiempo que necesites, sabes que nos encanta tenerte aquí, ¿verdad?
- Sí, sí. Os estaré eternamente agradecida... es solo que no quiero estar aquí de ocupa eternamente así que si me mandáis a la mierda, lo entenderé.
- ¡Anda ya! - dijo Mario al tiempo que se sentaba en la cama al lado de ella - estás de broma, ¿no? - pero Berta le miraba tímida, preguntándole con la mirada si de verdad no les molestaba o la cobijaban sólo por compasión - ... mira Berta, eres nuestra amiga y en estos dos años de amistad lo has demostrado con creces así que no me hagas recordarte quién está en deuda con quién, ¿vale?, tú te quedarás aquí el tiempo que sea necesario y no se hable más
- Gracias Mario - y, por segunda vez en su vida, lloró delante de alguien sin poder remediarlo. Mario la abrazó y dejó que su amiga sacara todas las lágrimas que calaban su interior.
- Vamos Ber, ha llegado el momento de sacar la basura fuera - y el llanto en la habitación se hizo más intenso.
Aleja el teléfono móvil de su oreja y, suspirando, le apaga. Sabe que es lo mejor para todos y se dice a sí misma que cuando tenga algún momento de debilidad y no aguante más el frío de la soledad, le encenderá de nuevo y llamará a casa para sentirse de nuevo arropada. Pero ahora es mejor desconectarle por una temporada.
Hace unos días que salió de casa en busca de tiempo para sí misma. Se sentía asfixiada en la rutina: trabajo, casa, reuniones con los amigos, trabajo... Hasta que se levantó una mañana y con el tiempo tan radiante que hacía se dijo que había llegado el momento, el momento de hacer su propio camino y no el que le decía el resto. Y ahora estaba allí, a más de mil kilómetros de su casa. Había viajado con desconocidos piadosos que sentían lástima de la joven y se prestaban a acercarla un poco más a su destino, la casa de unos amigos. Había conocido a Mario y Silvia hacía un par de años atrás, en uno de los festivales de música a los que solía acudir con Carlos. Carlos. Hacía más de un año que habían roto pero tan sólo pensar en su nombre hacía que algo dentro le resquemara. Carlos formaba parte del pasado que quería dejar precisamente en eso, pasado, porque la vida la había enseñado que lo pasado no tiene retorno y liberarse, que no olvidarse, de él es el único medio de continuar y poder ser feliz. Y eso es lo que pensaba hacer.
- ¿Se puede? - preguntó Mario al tiempo que llamaba a la puerta del cuarto de invitados donde se quedaba Berta
- Sí, claro, pasa... mi madre - dijo señalando el móvil que sujetaba todavía en la mano
- Ya... bueno, tú tómate el tiempo que necesites, sabes que nos encanta tenerte aquí, ¿verdad?
- Sí, sí. Os estaré eternamente agradecida... es solo que no quiero estar aquí de ocupa eternamente así que si me mandáis a la mierda, lo entenderé.
- ¡Anda ya! - dijo Mario al tiempo que se sentaba en la cama al lado de ella - estás de broma, ¿no? - pero Berta le miraba tímida, preguntándole con la mirada si de verdad no les molestaba o la cobijaban sólo por compasión - ... mira Berta, eres nuestra amiga y en estos dos años de amistad lo has demostrado con creces así que no me hagas recordarte quién está en deuda con quién, ¿vale?, tú te quedarás aquí el tiempo que sea necesario y no se hable más
- Gracias Mario - y, por segunda vez en su vida, lloró delante de alguien sin poder remediarlo. Mario la abrazó y dejó que su amiga sacara todas las lágrimas que calaban su interior.
- Vamos Ber, ha llegado el momento de sacar la basura fuera - y el llanto en la habitación se hizo más intenso.
Al menos tenía a Mario en ese momento, siempre es bueno q alguien te abrace en esos momentos de bajón.
ResponderEliminarBesos.
Siempre hay vuelta atrás ;)
ResponderEliminarNo es fácil salir, dejar, pero esas lágrimas se van a secar y la solución vendrá pronto.
ResponderEliminarBonita historia, me gusta mucho como narras de un lado a otro todos los detalles.
Saludos!
Como necesitamos y como odiamos la soledad... verdad?
ResponderEliminarBesos.