- Hoy tenemos con nosotros a un nuevo compañero. Se llama Max y ahora quiero que le saludéis.
- ¡Hola Max! - gritaron los niños a coro y Max, rojo como un tomate por la vergüenza y enfadado con toda aquella clase de niños desconocidos, siguió con el silencio que había cogido desde que saliera aquella mañana de su casa.
- Bueno Max, tu sitio va a ser aquél - dijo la profesora con dulzura y señalando el pupitre vacío que formaba parte de un cuadrado.
Max se dirigió, de nuevo sin decir nada, a la pequeña mesa mirando al suelo. Se sentó y se cruzó de brazos. No entendía por qué se habían tenido que trasladar de ciudad y no poder volver a ver a sus amigos. Sus padres eran abogados y trabajaban en uno de los bufetes más prestigiosos del país. Los días interminables de soledad eran la rutina de la casa: despertador, desayuno exprés, respuesta a unos cuantos correos electrónicos, lectura rápida de los titulares de la prensa internacional, dos minutos de amor, trayecto familiar en coche hasta el colegio, donde dejaban a Max, y treinta minutos de viaje hasta el lugar de trabajo.
- Yo me llamo Lily - dijo la pequeña, pero Max seguía enfurruñado y mirando su mesa - ¿por qué estás enfadado?
- Porque sí - escupió Max mientras apretaba con más fuerza los brazos y fruncía el ceño
Lily no supo qué decirle al niño que se sentaba a su lado, triste y enfadado. Alex y Katie, enfrente de ellos, seguían dibujando los animales que vieron en la excursión al zoo que habían hecho el día anterior. Lily se giró sobre su silla y rebuscó en su pequeña mochila amarilla, con forma de sol, mientras Max, curioso, la observaba de reojo.
- Toma - le dijo ella mientras posaba en la mesa del niño una galleta.
- Qué galleta tan rara - dijo Max asombrado - las que compra mi mamá tienen forma de oso, pero no de nube.
- Estas las compra mi papá y son mágicas. Pruébala, está muy rica y sabe a naranja - dijo Lily sonriendo.
Max cogió la galleta y mordió un pequeño trozo que degustó en el paladar. La niña tenía razón, sabía a naranja, era muy dulce y le gustó así que, sin haber terminado de tragar la masa que se había formado en su boca, mordió otro trozo, y otro, y otro hasta que se comió la galleta, con forma de nube, entera. No se había creído que unas galletas pudieran ser mágicas: no notaba que le hubiera salido cola o que sus pies se hubieran vuelto invisibles, pero la galleta estaba rica y, sin darse cuenta, había relajado la expresión de su rostro.
- ¿Qué haces? - preguntó Max al mirar hacia la mesa de Lily y ver un par de jirafas pintadas.
- Pinto unas jirafas que vimos ayer en el zoo. Si no tienes pinturas te puedo dejar las mías para que tú también dibujes.
- ¡Vale! - dijo Max sonriendo y dejando atrás el enfado hacia sus compañeros, hacia aquel día y hacia aquella pequeña ciudad.
*O* que monada!!! me encanta lily ^^
ResponderEliminarUn beso! =)
Owwww...
ResponderEliminarel mundo necesita mas personillas como lily...
Un beso de naranja, querida Nube...
Se me antojo una galletita, esa Lily es un amor. muy bonito relato.
ResponderEliminarSaludos.