sábado, 31 de julio de 2010

Sonidos del mundo

Lo primero que hizo nada más llegar a la playa fue extender la toalla sobre la arena seca y cálida, acto seguido se quitó la ropa que cubría su cuerpo enfundado en el bañador estampado, que se había comprado el año anterior en rebajas, y fue hacia el agua a bañarse.  El agua no esta muy fría, de hecho, al zambullirse se le antojó cálida como un abrazo en una noche de invierno a la intemperie.

Después de varios minutos decidió salir para dar un paseo por la orilla y secar así sobre su piel el agua salada, dejando que los pequeños granos de sal se acomodaran en ella a su antojo. Cuando regresó a su toalla y se tumbó, boca abajo, sobre ella sintió una extraña sensación de paz. No era uno de aquellos días soleados de los que había podido disfrutar el resto de la semana, más bien era un día nublado, como los que anteceden al otoño: nubes cubriendo el cielo, en calma, alejando con su llegada el sonido de las aves que emprenden un nuevo destino hacia tierras más cálidas.

Con el silencio del cielo y el susurro de las olas muriendo en la orilla, se durmió. Al cabo de una hora, cuando despertó, tuvo la sensación de no saber dónde se encontraba, hasta que de nuevo percibió el sonido del mar. Entonces levantó ligeramente la cabeza y comprobó que estaba totalmente sola en la playa. Se dejó caer de nuevo sobre el suelo, respirando profundamente, y se quedó mirando al infinito, que se perdía en la arena que podía ver, sin pensar en nada.

Un chico se  tumbó a su lado, también boca abajo, y la miró sonriendo:
- ¿Qué haces? - le preguntó en un tono apenas audible

Ella no se asustó, no tenía miedo ante la repentina presencia de ese ser humano de ojos dulces, así que cerró los ojos y le contestó en un susurro:
- Escuchar el sonido del mundo - sonrió- ¿lo oyes?...

Pero a los escasos segundos, cuando abrió de nuevo los ojos, no encontró a nadie a su lado...

lunes, 26 de julio de 2010

La fiesta

Después de despedir a los últimos invitados se da la vuelta lentamente y, cansado, se sienta en una silla situada delante de la foto: la más importante y, a la vez, la más amarga y dolorosa.

Recuerda el momento en que la sacó: en aquel entonces era el hombre más infeliz sobre la faz de la tierra. Nadie estuvo nunca tan vacío como él en aquel tiempo, nadie estuvo nunca tan lleno como logró estar él hasta una hora antes de la tomar la foto, nadie...: un antes y un después que cambió por completo su vida, sin sospechar ni siquiera en aquel entonces hasta qué punto lo haría...

Con tristeza lo recuerda, un pellizco de nostalgia le muerde el corazón mientras permanece allí, sentado, admirando la vieja foto. Con la última copa todavía en la mano, piensa en la fiesta que acaba de finalizar. "Siendo objetivos - se dice para sí - ha sido una gran fiesta."

Y, al decir verdad, razón no le falta. Como otras veces, la prensa hablará de ello durante varios días, sus conocidos y allegados le felicitarán aún después de varias semanas y, por la calle, no faltarán seguidores que, al reconocerle, le pidan un autógrafo: es consciente de que muy poca gente en la ciudad sabe ofrecer el arte en su más espléndida expresión y organizar una fiesta a la altura que se merece.

"Como dice ese viejo refrán - piensa mientras se levanta y sus ojos quedan a la misma altura que la foto- lo que no te mata, te hace más fuerte." Y con esa convicción que da la experiencia y la perspectiva del tiempo, apura el whisky del vaso, lo posa en la mesa y, volviendo su espalda a la pared, se dirige hacia la puerta, la abre, apaga las luces y, acto seguido, el artista cierra tras de sí la puerta, una noche más...

viernes, 23 de julio de 2010

El pasado de Marcela

- 21, 23,...
- ¿ Qué dices Marcela? - pregunta Claudio
- Recordar. 31, 6...
- ¿Recordar? Llevas con nosotros un par de años y nunca nos has contando, tan siquiera, cómo eran tus padres o si tienes hermanos.
- 31,...
- ¿Puedes para ya?
- Lo siento. Nunca he contado esas cosas del pasado porque, al decir verdad, apenas recuerdo ninguna... y para contar un pasado a medias prefiero no contar nada.

Claudio la mira asombrado y un tanto apenado. Aquella tarde de tormenta, dos años atrás, estaba colocando los vasos, casi abrasadores y humeantes que acababan de salir del lavavajillas, en la repisa situada bajo la barra cuando Marcela irrumpió en su local. Él le dijo que todavía estaba cerrado y que podría volver en un par de horas si deseaba tomar algo, pero ella no iba en busca de una copa sino de un trabajo, algo que hacer en su vida. Desde entonces, no le pudo dar la espalda: la chica estaba sola y, según dijo, no tenía parientes ni amigos en la ciudad. Le abrió las puertas de su casa y no le costó convencer a Fabiola, su esposa, de que dejara quedarse a la chica en el cuarto de invitados cuando le contó su historia. Marcela era para ellos la hija que tanto buscaron y la vida no les pudo dar: desde que entró en sus vidas pudieron volcar en ella todo aquel afecto que, entonces, se comenzaba a marchitar.

- Anda, vete a casa y descansa un rato - dice mientras posa su mano sobre su hombro derecho - llevas ensayando esos pasos nuevos durante toda la semana y ya no pueden ser más perfectos.

miércoles, 21 de julio de 2010

Oigo

Oigo una canción y la canto en susurros.
Oigo una canción y bailo al son de su ritmo apasionado.
Oigo una canción y escucho atentamente cómo habla del pasado.
Oigo una canción... la oigo y, al hacerlo, pienso en un sentimiento de rostro difuminado.

Oigo el eco de mi voz interior y me pregunto quién ha preguntado.
Oigo el eco de mi voz interior y no sé si me apetece seguir viendo que sigue igual.
Oigo el eco de mi voz interior y el ruido de fondo me impide entender bien qué dice.
Oigo el eco de mi voz interior... lo oigo y, al hacerlo, no consigo imaginar un futuro totalmente lleno.

martes, 20 de julio de 2010

Personas

Personas. Todos somos personas. Me da igual que tengamos edades distintas, ideas distintas o modos diferentes de trabajar: eso me da igual.  Lo que no me da igual es que, por mucho que estemos estresados, nos creamos con derecho a prevalecer sobre el otro. Con esto quiero decir que hoy he tenido que soportar a un jefe altivo, que pretende obtener resultados grandiosos de la nada y que piensa que el único trabajo importante es el que él realiza. Y no, no me parece justo que, después de no haberme prestado atención ni haberse interesado por mi trabajo ni haber "hablado" con el cliente cuando yo le preguntaba, en varios meses en los que he estado buscándome la vida, literalmente, sola, venga ahora diciéndome que "el cliente lo quiere para mañana porque se va" y lo único que haga sea darme gritos.

No soporto a la gente ofuscada que sólo piensa que las cosas deben resultar y hacerse cómo se piensan ellos, sin intentar por un momento interesarse por las novedades, limitando así las oportunidades y ventajas posibles. Me enerva la gente que no escucha cuando tratas de explicar, haciendo un gran esfuerzo para que no se pierdan y te sigan, lo que has hecho y por qué.

No me importa trabajar durante varias horas seguidas, hasta bien entrada ya la tarde, aguantando sólo con un pincho de tortilla a las doce, sin levantarme de la maldita silla en todo el tiempo: eso no me importa, puedo trabajar durante todo el día si realmente hay urgencia y es necesario, que no me importa y lo hago sin pedir después nada a cambio. Lo que sí me importa, lo que de verdad me importa, es el modo que tiene de tratar a la gente ese que se hace pasar por "jefe" o "director": ya sé que la vida es dura, y que las cosas la mayoría de las veces no son fáciles, lo sé y soy capaz de enfrentarme a ello, con calma, poco a poco, para no perder los nervios y pagarlo con los demás.

Hoy, le dedico esta entrada a ese ser humano que me ha mostrado lo ruin que puede llegar a ser una persona. Gracias queridísimo desconocido, gracias, porque así tendré presente, aún más si cabe, lo que no quiero llegar a ser algún día y en lo que no me quiero convertir. El camino es hostil, pero no me dejaré vencer por gente que sí se dio por vencida.

sábado, 17 de julio de 2010

Un antes y un ahora

El sol, el cielo azul de verano, la arena mojada, las olas que morían en la orilla acariciando mis pies: las uñas pintadas de amarillo y comentar entre risas lo bien que quedan con la piel ya morena.

La libertad, la mente despejada, el buen humor llenando cada rincón de mi cuerpo, la felicidad brillando en cada gesto: no es que fueran tiempos mejores, es que fueron momentos inolvidables.

Las nubes grises, temperatura a veces otoñal, la lluvia humedeciendo el asfalto: las uñas de las manos pintadas de morado y comentar con asombro la extraña apariencia que dan.

La falta de libertad, la mente saturada, la seriedad dominando la mayor parte del tiempo: no es que sean tiempos peores, es que son momentos que deseo que pasen lo más rápido posible.

martes, 13 de julio de 2010

Berta

Arranca el viejo jeep de segunda mano, quita la capota de lona gruesa, mete su CD favorito y emprende la marcha. Cuando coge la autopista, dejando tras de sí la pequeña ciudad, siente como un hormigueo que nace de su estómago se propagaba por sus venas hasta llegar a todas las partes de su cuerpo: sus pies, sus manos, su rostro. Sonríe y, luego, al verse a sí misma a través del espejo retrovisor, ríe divertida. No es que se vea radiante, es que lo está. El cielo está totalmente despejado, como su mente, y el sol corona en lo más alto, regalando con sus rayos de luz esperanzas y sueños por doquier, como su alma, que juega divertida a inventar días nuevos.

Sube el volumen cuando, a los cuarenta y cinco minutos de viaje, comienza a sonar su canción favorita: le encanta el ritmo de las guitarras que guiñan alegres, como haciendo un homenaje, al estilo country. No lo puede evitar y mueve su pie izquierdo al compás de los acordes, como si bailara en una de esas pistas de baile locales, rodeada de cientos de personas, al unísono.

Para a repostar al cabo de dos horas, sólo tiene calderilla en el bolsillo así que toma la decisión de llenar el depósito todo lo que le permita el dinero y continuar conduciendo hasta que se acabe el combustible. Arranca de nuevo y continúa por una carretera comarcal. Después de haber rodado setenta y tres kilómetros, el chivato del depósito se ilumina. Berta sabe que eso significaba que el viejo Suzuky ha entrado en reserva y, en pocos kilómetros, ya no quedará gasolina para continuar el trayecto, pero eso no le preocupa.

Cuando el vehículo cesa la marcha le acerca a la cuneta, ayudándose de un leve empujón, mientras mantiene el Suzuky en punto muerto y sin el freno puesto. Berta permanece allí de pie, tranquilamente recostada sobre el lateral izquierdo del viejo jeep, esperando la siguiente señal que la conduzca por su camino.

domingo, 11 de julio de 2010

Lily va a la playa

Era la primera vez que su padre la llevaba a la playa y en el cielo azul de verano reinaba el sol, calentando el ánimo de los bañistas y los más rezagados que se limitaban a tumbarse sobre la arena. Lily llevaba un pequeño bañador rosa con flores, a juego con su cubo y su pala para jugar en la orilla. Bajaba las escaleras de piedra, que llegaban hasta la arena, a hombros de su padre. La pequeña no podía parar de sonreír y de quedarse maravillada con el sonido de las olas y las gaviotas que cruzaban el cielo por encima de ella. 

- ¿Qué dices cariño, te gusta la playa?
- ¡Sí, papi! - respondió ella pellizcando las orejas de su padre.

Ya en la arena seca, Lily sintió su tacto suave y cálido. Sus pies quedaban enterrados a cada paso que daba por la arena mojada y fría, mientras su padre caminaba a su lado cogiéndola de la mano.

- Papi, papi, ¿puedo bañame? - preguntó la pequeña señalando el mar
- Claro, pero nos bañaremos aquí cerca de la orilla, ¿vale? porque más allá cubre mucho y todavía no sabemos nadar.
- ¡Quiero aprender a nadar, papi!
- Vale, vale - dijo su padre riendo - la semana que viene nos apuntaremos a un curso para aprender a nadar.
- ¡Síiiiii! - gritó, emocionada, chapoteando en la orilla 

Después del baño, volvieron a sus toallas para comer el bocadillo de tortilla que habían preparado por la mañana ellos mismos: a Lily le encantaba ayudar en la cocina y, si era su padre el que iba a hacer algo, acudía corriendo a su lado, para poder verle de cerca e intentar adivinar así cuál era el ingrediente secreto que utilizaba para que siempre le quedara todo tan rico... pero nunca conseguía saber cuál era.

El sol seguía calentando con fuerza, así que, el padre de Lily la echó crema solar para que su delicada piel no se quemara mientras jugaban en la arena mojada, con el cubo y la pala que habían traído. La tarde les sorprendió sin avisar, la gente comenzaba a recoger las sombrillas de rayas y se vestían con camisetas de tirantes y pantalones cortos. Se volvieron a bañar cerca de la orilla, para quitarse la arena que tenían por todo el cuerpo después de haberse rebozado durante tanto rato con ella. Después se cambiaron para ponerse un bañador seco y vestirse.

- Mmm qué hambre tengo Lily, ¿nos comemos un helado?
- ¿De chocolate?
- De chocolate o de otro que prefieras
- ¡Chocolate!

Así, sentados en un banco, mirando el mar y la playa vacía en la que habían pasado aquel día, Lily y su padre se comieron un helado de chocolate: tan dulce y tan inolvidable como ese momento.

jueves, 8 de julio de 2010

Desencantos de la vida

Últimamente... no sé, trato de pensar en algo bueno que poder contar y no encuentro nada, por eso hace tanto que no escribo. Diez días en principio pueden no parecen mucho pero para mi, que escribía todos los días y a cada instante sentía esa necesidad de dibujar palabras, se me antoja como una eternidad. Creo que me siento fuera de sitio, no porque no quiera escribir, sino porque es como si esa parte de mi se hubiera cogido vacaciones: y eso me hace sentir tan extraña en mi propia piel... y no me siento a gusto, no me siento completa sin esos pensamientos e ideas que me hacían los días más llenos y llevaderos.

Creo que se debe a que estoy totalmente inmersa en mi PFC. Me paso las mañanas sentada en la silla azul de turno, anotando cada cosa que hago y los resultados más destacados. Algunas tardes voy un rato a la piscina o símplemente leo un libro. Después salgo un rato a caminar y cuando vuelvo ya es la hora de cenar y marcharse a la cama. Me motiva estar más centrada en mi trabajo, no lo niego, porque aunque (casi siempre) resulte estresante es eso precisamente lo que me hace avanzar cada día, por poco que sea y sentir que no lo estoy haciendo mal del todo. Pero luego está esta otra parte... y es que me he dado cuenta de que si dejo de escribir durante tantos días empiezo a desencantarme de la vida y, entonces, incluso eso que tanto me hace creer que "valgo" pierde su sentido y me enfando y si fuera aún pequeña diría "¡pues ya no respiro!"...

Así que intentaré no abandonarme tanto de nuevo, y seguiré compartiendo(me) esos pequeños encantos de vida que, para poder verlos, a veces es necesario sentarse y, simplemente, dejar nuestra mente ir.