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sábado, 31 de julio de 2010

Sonidos del mundo

Lo primero que hizo nada más llegar a la playa fue extender la toalla sobre la arena seca y cálida, acto seguido se quitó la ropa que cubría su cuerpo enfundado en el bañador estampado, que se había comprado el año anterior en rebajas, y fue hacia el agua a bañarse.  El agua no esta muy fría, de hecho, al zambullirse se le antojó cálida como un abrazo en una noche de invierno a la intemperie.

Después de varios minutos decidió salir para dar un paseo por la orilla y secar así sobre su piel el agua salada, dejando que los pequeños granos de sal se acomodaran en ella a su antojo. Cuando regresó a su toalla y se tumbó, boca abajo, sobre ella sintió una extraña sensación de paz. No era uno de aquellos días soleados de los que había podido disfrutar el resto de la semana, más bien era un día nublado, como los que anteceden al otoño: nubes cubriendo el cielo, en calma, alejando con su llegada el sonido de las aves que emprenden un nuevo destino hacia tierras más cálidas.

Con el silencio del cielo y el susurro de las olas muriendo en la orilla, se durmió. Al cabo de una hora, cuando despertó, tuvo la sensación de no saber dónde se encontraba, hasta que de nuevo percibió el sonido del mar. Entonces levantó ligeramente la cabeza y comprobó que estaba totalmente sola en la playa. Se dejó caer de nuevo sobre el suelo, respirando profundamente, y se quedó mirando al infinito, que se perdía en la arena que podía ver, sin pensar en nada.

Un chico se  tumbó a su lado, también boca abajo, y la miró sonriendo:
- ¿Qué haces? - le preguntó en un tono apenas audible

Ella no se asustó, no tenía miedo ante la repentina presencia de ese ser humano de ojos dulces, así que cerró los ojos y le contestó en un susurro:
- Escuchar el sonido del mundo - sonrió- ¿lo oyes?...

Pero a los escasos segundos, cuando abrió de nuevo los ojos, no encontró a nadie a su lado...

domingo, 11 de julio de 2010

Lily va a la playa

Era la primera vez que su padre la llevaba a la playa y en el cielo azul de verano reinaba el sol, calentando el ánimo de los bañistas y los más rezagados que se limitaban a tumbarse sobre la arena. Lily llevaba un pequeño bañador rosa con flores, a juego con su cubo y su pala para jugar en la orilla. Bajaba las escaleras de piedra, que llegaban hasta la arena, a hombros de su padre. La pequeña no podía parar de sonreír y de quedarse maravillada con el sonido de las olas y las gaviotas que cruzaban el cielo por encima de ella. 

- ¿Qué dices cariño, te gusta la playa?
- ¡Sí, papi! - respondió ella pellizcando las orejas de su padre.

Ya en la arena seca, Lily sintió su tacto suave y cálido. Sus pies quedaban enterrados a cada paso que daba por la arena mojada y fría, mientras su padre caminaba a su lado cogiéndola de la mano.

- Papi, papi, ¿puedo bañame? - preguntó la pequeña señalando el mar
- Claro, pero nos bañaremos aquí cerca de la orilla, ¿vale? porque más allá cubre mucho y todavía no sabemos nadar.
- ¡Quiero aprender a nadar, papi!
- Vale, vale - dijo su padre riendo - la semana que viene nos apuntaremos a un curso para aprender a nadar.
- ¡Síiiiii! - gritó, emocionada, chapoteando en la orilla 

Después del baño, volvieron a sus toallas para comer el bocadillo de tortilla que habían preparado por la mañana ellos mismos: a Lily le encantaba ayudar en la cocina y, si era su padre el que iba a hacer algo, acudía corriendo a su lado, para poder verle de cerca e intentar adivinar así cuál era el ingrediente secreto que utilizaba para que siempre le quedara todo tan rico... pero nunca conseguía saber cuál era.

El sol seguía calentando con fuerza, así que, el padre de Lily la echó crema solar para que su delicada piel no se quemara mientras jugaban en la arena mojada, con el cubo y la pala que habían traído. La tarde les sorprendió sin avisar, la gente comenzaba a recoger las sombrillas de rayas y se vestían con camisetas de tirantes y pantalones cortos. Se volvieron a bañar cerca de la orilla, para quitarse la arena que tenían por todo el cuerpo después de haberse rebozado durante tanto rato con ella. Después se cambiaron para ponerse un bañador seco y vestirse.

- Mmm qué hambre tengo Lily, ¿nos comemos un helado?
- ¿De chocolate?
- De chocolate o de otro que prefieras
- ¡Chocolate!

Así, sentados en un banco, mirando el mar y la playa vacía en la que habían pasado aquel día, Lily y su padre se comieron un helado de chocolate: tan dulce y tan inolvidable como ese momento.

sábado, 29 de mayo de 2010

Quiero...

Coger el estrés y el agobio a las 8:30 y dejarlo discutiendo solo a las 11:00. Tomar un café y un pincho en el bar de enfrente, reír y sentir cómo se alejan los problemas resbalando, por el taburete que me mantiene, para morir en las baldosas grises del suelo. Regresar a las 11:25 a esa mesa donde me espera mi portátil, sentarme en esa silla azul sin aquellos problemas que olvidé y descubrí que no son tan importantes como pretendían ser. Escribir con calma, olvidar dónde estoy y concentrarme en mi propio esfuerzo: es tan reconfortante sentir que nada puede contigo y que siempre encuentras alguna solución que ni por asomo pensabas que llegaría...

Salir a las 14:40 cansada, con las tareas ya planeadas para el día siguiente, pero satisfecha. Mirar al cielo azul de verano, limpio de nubes, al abrir esa pesada puerta que no volveré a tocar ese día más, subirme a mi coche, ponerme las gafas de sol marrones, bajar las ventanillas para que la brisa cálida alivie el fuego que hay dentro, alejarme sonriendo, sintiéndome la accionista mayoritaria de la felicidad del mundo entero. Llegar al aparcamiento de la playa a las 15:06, bajar las escaleras de piedra y descalzarme antes de tocar la arena, ponerme el bikini, recogerme el pelo, acercarme al agua con la sensación de hambre. Sumergirme en el mar rápida y suavemente, y bucear, bucear hasta sentir que mi corazón se refresca al ritmo de mi piel. Flotar con el agua debajo de mi cuerpo, cerrar los ojos, no oír a los niños que ríen mientras juegan en la arena, escuchar solamente la respiración de la profundidad del mar y dejarme acunar por esa melodía.

Y sentir de nuevo esa sensación que tanto me llena: que la vida me parezca buena.

lunes, 24 de mayo de 2010

Huellas que vienen y van

Camino por la orilla de la playa. Llego a unas rocas, me paro y decido sentarme un rato sobre una que me invita a ello. Miro el cielo, es azul de verano: me encanta, sonrío agradecida por poder verle después de tanto tiempo. No hay nubes flotando, ninguna, pocas veces se ve algo así en esta tierra... es, sin duda, una imagen que merece la pena contemplar y no olvidar. La brisa es fresca, mis brazos dicen que tienen frío pero yo no reparo en ello, estoy a gusto mirando el cielo, sin pensar en nada más que ese azul inmenso.

Pasan los minutos, siento la ligereza de mi alma, dice que está tranquila y que, incluso con todos los dolores que combate cada día, es feliz: siempre ha sido libre de actuar como sentía y es de ese modo, con esa libertad de vivir y cometer errores, como se queda tranquila cada noche y decide comenzar un nuevo día cada mañana. Brotan algunas lágrimas que veloces tratan de alcanzar el suelo, pero consigo frenarlas con mis dedos y ninguna pasa de las mejillas. Me siento perdida. Me siento impotente.

Suspiro, no entiendo cómo funciona la vida, por qué no coinciden lo que se supone que debo hacer y lo que en realidad deseo hacer, por qué no puedo limitarme a caminar sin ser consciente del camino que toman mis pasos, por qué y cómo puede haber conseguido alguien (sin pretenderlo) cambiar mi vida despertándome suavemente de la nada en que flotaba para, una vez despejada, marcharse.

Me levanto, el agua está fría y la arena debajo de mis pies me acaricia. Suspiro, camino al lado de las huellas que me llevaron hasta las rocas pero esta vez los pasos son de regreso. Miro al cielo y comprendo que lo único que debo hacer es pensar en ese azul de verano infinito y dejar que mis pies sigan marcando el ritmo por sí solos: a veces rápido, otras lento, pisando fuerte o flotando a escasos centímetros del suelo... Pienso en la nada en que me hallaba antes: dormida y ajena a todo, la vida pasaba de largo y yo pensaba que no podía haber más felicidad que esa tranquilidad pero, al despertar, me di cuenta de que en realidad me perdía un millón de sensaciones distintas cada día, me perdía vivir.

Mirando al cielo, azul de verano inmenso, sigo caminando por la orilla, acompañada del sonido de las olas que vienen y van con un dulce movimiento. Aunque a veces duela, vivir es lo único que quiero.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Haciendo las maletas

Hago las maletas, una vez más, para regresar hacia las nubes. La visita a la realidad se está terminando de nuevo y no volveré a bajar en un tiempo, otra vez. No tengo mucho que guardar, sólo llevo cosas para mi corazón: un par de alas que fabriqué para que vuele por el cielo azul de verano, una caja de pajitas para que al beber los recuerdos no se ahogue, y algo de hilo para coser las heridas que se abran sin avisar.

Ya está. Me siento a los pies de la cama, con las maletas cerradas a mi lado, y miro hacia mi lugar de destino a través de la ventana abierta de par en par: me invita a irme. Pienso en una última despedida, no es la primera vez que imagino decirte unas últimas palabras, y tampoco será la última,  así que lo hago de nuevo: sin saber cómo apareces en mi habitación, me doy la vuelta y te digo que pases...:

- Pasa, venga, no te quedes en la puerta...Ven, siéntate aquí un poco conmigo... - y te sientas lentamente- ¿estás bien?, te noto triste... si necesitas algo yo... bueno, ya sabes que volveré siempre que me necesites y aunque no lo creas, desde las nubes te observo siempre... yo velo por ti siempre, no quiero que lo olvides nuca, ¿me harás ese único favor? - agachas la mirada, pierdo de vista tus ojos - eh, vamos por favor, sé que no estás bien, lo noto, lo veo, lo puedo sentir y lo puedo tocar... déjame ayudarte por favor, por favor...déjame sacarte del fondo del mar y llevarte a la orilla, vamos, yo no quiero que te ahogues, no puedo permitirlo. Te prometo que cuando toquemos la arena me iré, te prometo no molestarte más si eso es lo que quieres, de verdad, sólo déjame salvarte - acaricio tu mejilla caliente con mi mano fría, pero no te mueves - ¡por favor! ¿no me oyes? . Te prometo que me iré, que seguiré mi camino lejos del tuyo, no me volverás a ver, no preguntaré nunca más por ti, no hablaré nunca más de la luz con la que brillas en mi, ni siquiera pronunciaré tu nombre nunca más...Te prometo que cumpliré todo eso, pero no puedo prometerte que mis ojos nunca más mirarán hacia ti, tampoco puedo prometerte que no pensaré cada día en ti, ni que dejaré de desear que la vida te traiga sólo felicidad, ni que dejaré de recordar y sentir... no voy a prometerte nada de esto, porque no puedo... Vamos, mírame a los ojos una última vez más para decirte con ellos lo que nunca te dije, lo que nunca te diré ya...con palabras - levanto tu barbilla y me pierdo de nuevo en tus ojos - : tú, siempre serás mi más preciado tesoro, mi mayor secreto, mi misterio, mi vida, mi mayor deseo, mi única ilusión, mi aliento y mi sueño, tú lo eres todo, tú...eres mi nube. Por ti, dejaré todo siempre para venir y ayudarte, y llevarte una y mil veces a la orilla... y me iré con una y mil despedidas como ésta. 

Después de la despedida abro los ojos, las lágrimas empañan la escena y mi corazón dice que se queda contigo, que aunque no le quieras no le importa, que sólo quiere arroparte contra el frío... pero no se lo permito, ya no... le sujeto fuerte con mis propios brazos y le canto al oído una canción para que se duerma mientras sigue tiritando... y cuando por fin se deja ir, me levanto, cojo las maletas y me marcho por la ventana, de vuelta a las nubes.