lunes, 28 de junio de 2010

Verónica

- ¡Verónica, Verónica! ¿me oyes?
Silencio.
- ¡Vamos, Verónica vuelve! no puedes seguir así, ¿sabes? te estás matando - grita mientras le da unas ligeras palmadas en las mejillas
- ¿Acaso importa? - dice ella con los ojos cerrados, entre sus brazos, y con susurros moribundos - acércame esa botella de whisky, anda...
- Está vacía y era la última
- Vaya... y ahora, ¿qué hago?
- Lo que hacemos todos: luchar por vivir

lunes, 21 de junio de 2010

Flash

Recuerdos que corren por mi mente, pasan rápidamente, a la velocidad de la luz. Como el flash de una cámara de fotos, iluminan por un instante, de nuevo, mi corazón: ya casi no siento - susurra distante. Leo su pensamiento a escondidas, sin hacer ruido tras el muro en que se encierra. Algo en él se oscureció, perdió la ilusión y las esperanzas, que alimentaban su ansia de luchar cada día, por un futuro mejor. 

Le tiran piedras con mensajes que consiguen atravesar, rompiendo, las ventanas de doble cristal. Los lee cuando vuelve en sí de las ensoñaciones en que está inmerso. En algunos le tachan de orgulloso y de ingenuo, en otros le compadecen y le ofrecen su propio calor. Contesta únicamente a estos últimos, les dice que no se merece tanta atención y que no quiere ser descortés pero que no puede aceptar tal tesoro, y que lo guarden con sumo cuidado y envuelto en terciopelo para cuando llegue el corazón que les anhela a ellos. Se despide firmando con una lágrima con olor a coco, enrolla los mensajes de respuesta en las piedras, dispersas por su habitación, y las impulsa, con la poca fuerza que le queda, de vuelta hacia el exterior.

Ojalá no se preocupasen - piensa mientras se sienta lentamente en un rincón y mira el cielo, limpio de nubes, sobre él - me creen desdichado por estar aquí solo pero, en realidad, hay corazones más desdichados: aquellos que orgullosos o ingenuos se dejan amar o pretenden amar, sin sentirlo, condenando egoístamente su felicidad y la del otro. 

sábado, 19 de junio de 2010

Aquel Jueves de Junio

Lily se despertó como de costumbre, con los leves y suaves meneos que le hacía siempre su madre. Después de recibir mil quinientos setenta y tres besos y abrazos de sus padres y hermanos, Lily fue dando saltos hacia la cocina para desayunar. Se paró de pronto y su pequeña boca se abrió, por la sorpresa, todo lo que le permitían sus rosadas mejillas.

En la mesa todo estaba perfectamente colocado. Una enorme jarra de zumo de piña, otra de leche caliente, mermelada de arándanos, rebanadas de pan recién horneado, macedonia de melocotón, nectarina, uva y guinda. Todo estaba pensado esa mañana para complacerla y no faltaba nada, ni siquiera sus galletas favoritas: esas con forma de nube y sabor a naranja.

- ¡Felicidades! - gritaron al unísono todos detrás de ella

Lily se sentó corriendo en su silla de siempre, y el resto la siguió, comenzando así a degustar aquel festín mañanero. La comida estaba tan rica en su boca como aparentaba estar a la vista y la mezcla de aromas les sumergió en un ambiente de afecto y camaradería que hizo que sus tiempos se parasen para sincronizarse.

Más tarde, cuando Lily entró aquel día en clase, con el sol a su espalda, todos sus compañeros la felicitaron, porque en el calendario que tenían colgado de la pared estaba escrito su nombre con letras amarillas. Ella les dio las gracias regalándoles, con su gran sonrisa, destellos de felicidad. Cuando se sentó en su pupitre, Max, a su lado, le preguntó:

- ¿Y qué te han regalado?
- ¡Mi desayuno favorito! - dijo ella emocionándose al recordar cada imagen de nuevo
- Eso no puede ser un regalo - contestó Max arrugando la nariz - a mi por mi cumpleaños me compraron un scalextric
- ¡Qué chachi!, ¿y juegas mucho con él? - preguntó Lily curiosa
- No... - respondió Max agachando la cabeza- mis papás no tienen tiempo para jugar conmigo

Max pensó en el regalo que le habían hecho a Lily por su cumpleaños y sintió envidia de la niña. Él nunca tuvo el día de su cumpleaños algo tan sencillo y valioso como su desayuno favorito.

- Te cambio mi regalo por el tuyo- dijo el niño
- Yo no quiero cambiar mi regalo - dijo Lily - pero si no te gusta el tuyo y quieres uno nuevo, puedes venir luego a comer a mi casa. Hoy habrá espaguettis, con tomate hecho por mi mami, y de postre tarta y helado de limón.
- Mmm... ¡qué rico! - dijo Max mientras se le hacía la boca agua - ¿de verdad puedo ir?
- ¡Pues claro!, todo el mundo se merece tener un regalo que le guste.

jueves, 17 de junio de 2010

Desconocidos

- Hola
- Hola 
- ¿Cómo estás?
- ¿Eh?

- ¿Cómo estás? -repite en un tono más elevado temiendo que antes no le hubiera escuchado bien

- Perdona, ¿te conozco?

- ¿Qué? - no se puede creer que le haya preguntado eso - ¡Pues claro!, mira que eres tonta, no me gastes esas bromas, ¡niña! - ríe creyendo haber descubierto su juego

- Creo que te has equivocado de persona... pe... perdona, tengo prisa 
- dice mientras se da la vuelta un poco asustada.

- ¡Eh! - grita mientras la observa, quieto, alejarse con paso ligero- ¡eh!...- pero ella continúa su camino, sin volver la vista atrás, mientras él se pregunta por qué...

martes, 15 de junio de 2010

Sabor a tango

Marcela es bailarina. Trabaja en un cabaret clandestino, a las afueras de la ciudad, donde los reyes del tráfico de estupefacientes y asesinos a sueldo más temidos cierran sus tratos con un par de whiskys dobles de por medio. El humo que desprenden los habanos que fuman perfuma el local con una niebla densa, la única iluminación del ambiente es la que ofrecen las lámparas que descansan en el centro de las mesas: está todo pensado para que los chanchullos intimen libres de miradas obscenas.

Sobre el escenario, suena un tango tras otro y Marcela baila todos, sola. Se imagina que la sujeta un príncipe azul, uno con acento argentino (como los tangos) y con olor a canela. En realidad, ella preferiría bailar El Lago de los Cisnes, ponerse un tutú blanco y pintar sus párpardos con purpurina, pero no puede porque está encerrada en ese cabaret, donde un día de tormenta llegó con una mano delante y otra detrás. Marcela no recuerda de dónde vino ni sabe dónde acabará, sólo que adora bailar y cada noche se entrega a los tangos con su príncipe, a la luz de la clandestinidad.

domingo, 13 de junio de 2010

Café con palmeritas

- Uuhh, ha refrescado mucho desde ayer, ¿tú no tienes frío, nena?
- Un poco sí, la verdad - dijo ella sonriendo ampliamente
- Así me gusta, ya sabes que me encanta ver cómo te ríes

Entonces la "nena" se acercó, le dio un beso enorme en la mejilla y fijó sus ojos en los de ella.

- ¿Cómo lo consigues?
- ¿El qué, nena? - preguntó divertida
- Que tus ojos siempre brillen de esa manera.

Rio mientras le cogía de las manos. Sus manos también estaban frías, sin duda eso lo había heredado de ella, al igual que su corazón, que latía con tanta fuerza que muy pocos oídos eran capaces de soportarlo.

- ¿Merendamos un café bien calentito? - apretó sus manos entre las de ella
- Vale... - dijo rindiéndose a obtener respuestas - ¿has traído"palmeritas"?
- Claro, nena, ya sabes que en tardes como ésta siempre las compro.

sábado, 12 de junio de 2010

Sonríe un poco nena...

Subió corriendo las escaleras hasta llegar ante la puerta de su casa, abrió y cerró en un "plis-plas", con un portazo sordo. Dejó las llaves en el viejo cenicero de barro, recuerdo de uno de aquellos viajes que acostumbraban a realizar sus padres. Se quitó las playeras sin desatar los cordones, ayudándose solamente con los dedos de los pies. Se sentó en el sillón de flores pasado de moda y comenzó a llorar.

- Pero..., ¿qué te pasa, nena?, ¿por qué lloras? - le preguntó angustiada mientras se sentaba a su lado y le apartaba el pelo que caía sobre sus ojos.

- Nada... - titubeó entre sollozos ahogados.

- No dejes que nada pueda contigo, ¿me oyes? tú vales oro, nena, que te lo digo yo que te conozco como nadie... ¡hombre si te conoceré yo! - le retiró unas lágrimas con el dorso de su mano cubierta de pecas - anda, nena... sonríe un poco.

- No tengo ganas de sonreír - le contestó mientras levantó el rostro para mirarla - no me encuentro muy bien... - sentenció con voz apagada.

-  Hazlo por mí, di, ¿lo harás?.

Cerró los ojos sintiendo sus dedos fríos a través de los mechones de cabello que caían sobre sus mejillas. Volvió a dejar que las lágrimas salieran a su antojo cuando sintió que su presencia se alejaba, una vez más.

- No te vayas, por favor... - suplicó temblando

- Sonríe un poco nena... que sino luego no encontraré el camino hacia tus sueños... 

jueves, 10 de junio de 2010

41 de Mayo

Son las 11: 45. Llueve, llueve mucho. En la calle sopla con fuerza el viento sur, mojando con incontables y diminutas gotas los cristales de la gran ventana. Un capa de niebla se ha tragado la cima de las montañas, a varios kilómetros de aquí, haciendo que no recuerde exactamente cuáles son sus dimensiones.

Estoy destemplada, no sé si es porque la temperatura ambiente ha disminuido o sólo es cosa de mi cuerpo así que abro la ventana y me asomo poco a poco, dejando que las gotas se vayan posando sobre mi rostro, como pequeñas chispas, para ser absorbidas por mi piel. Respiro, y mis pulmones se llenan de ese aliento cálido tan propio de este tipo de viento: me gusta, no, miento, me encanta, sí... me encanta. 

Cierro la ventana. Ya no siento frío, noto la sensación de hambre. Hace ya mucho que desayuné, así que decido regalarme una naranja y un café en una de mis tazas favoritas: una de esas con historia feliz y que siempre consiguen animarme. Sirvo en ella la leche fría y la meto al microondas durante un minuto, en el que cojo una cucharilla, el café, el azúcar y vuelvo ante el microondas, donde la taza amarilla sigue girando al ritmo de un chotis, y me como la naranja. "Tiiiiiiiin", canta el viejo microondas pero no le hago caso. Espera a que me termine la naranja, hombre..., otras veces no terminas tan rápido... - pienso para mi misma. Saco la taza, echo una cucharadita de café, dos y media de azúcar, y, removiendo, me vuelvo a mirar el cielo a través de la ventana, que continúa llorando.

Son las 12:04. Los niños del colegio de enfrente entran de nuevo a clase tras su recreo y con ellos los gritos de la calle se van apagando. Me pregunto si habrá algún niño que no sea feliz, me parece una idea descabellada, y sólo el pensar que pueda ser así me asusta. Deseo estar equivocada, ojalá disfruten y nunca olviden esos recreos, espero que no tengan que conocer grandes sufrimientos en sus vidas y, si alguna vez les llegan a conocer, que sea lo más tarde posible: para que les de tiempo a que la alegría que guardan dentro crezca y puedan adquirir así la fuerza necesaria para superar cualquier cosa, por muy mala que sea.

Termino el café y la taza sigue templando mis manos. Veo los apuntes encima de la mesa del comedor. Debería de seguir estudiando, pero las energías con las que empecé ya no están: prefiero escribir. Miro la página en blanco desde la pantalla de mi portátil pero no sé qué decir, la niebla ha liberado de su prisión a las montañas y se ha alojado en mi cabeza. Quiero hablar pero no sé dónde fueron a parar las palabras que acostumbran a acompañarme cada instante. Empezaré por algo sencillo - me digo- describiré qué tiempo hace...

martes, 8 de junio de 2010

El mundo

Dicen, sin pronunciar palabra, que es mejor que no hable de ti, que es mejor hacer como que no existes, que te olvide, que ya pasó todo y que tengo que pedir plaza en alguna clínica de desintoxicación.

Les digo, sin pronunciar palabra, que es mejor que no pronuncien esas palabras calladas, que la realidad es todo aquello que no se puede obviar y tú formas parte de mi realidad, que no te voy a olvidar porque, para mi, olvidar significa negar (y yo no estoy dispuesta a negar nada de lo que me haya sucedido en la vida) y que, aunque siga teniendo mono de ti, intento seguir mi día a día de modo que nadie sospeche (ni siquiera yo misma, a veces) la lenta agonía que es, a la vez, alegría.

Me gustaría charlar contigo, contarte que desde que te conocí he mejorado a nivel personal hasta un punto que nunca imaginé: soy un poco más fuerte, más paciente, relativizo más las cosas, aprecio de un modo más profundo a mi familia y amigos, me quiero un millón de veces más, y, aunque sé que esto no es bueno: soy más cobarde y tengo más miedo. Te agradecería de nuevo, infinitas veces, que existas en el mundo y que me hayas brindado la oportunidad de conocerte: gracias, de corazón, gracias porque tú cambiaste la imagen que tenía del mundo. Ahora escribo prácticamente todos los días, lo hago porque me gusta y porque significa un millón de cosas más: es mi terapia, es mi forma de comunicarme conmigo misma, es mi forma de gritar al mundo que yo también estoy en él y es mi forma de regalar sueños al aire, para que quien les necesite pueda coger los que quiera prestados y vivirles y recordar así que soñar es algo que todos podemos conseguir.

Gracias por enseñarme a brillar en mi propio cielo, lo único que deseo es que tú sigas brillando en el tuyo cada día más y que, un día, el mundo entero también sepa, al escuchar tu nombre, que tú, símplemente, eres único.

sábado, 5 de junio de 2010

Los regalos de Lily

- Hoy tenemos con nosotros a un nuevo compañero. Se llama Max y ahora quiero que le saludéis.
- ¡Hola Max! - gritaron los niños a coro y Max, rojo como un tomate por la vergüenza y enfadado con toda aquella clase de niños desconocidos, siguió con el silencio que había cogido desde que saliera aquella mañana de su casa.
- Bueno Max, tu sitio va a ser aquél - dijo la profesora con dulzura y señalando el pupitre vacío que formaba parte de un cuadrado.

Max se dirigió, de nuevo sin decir nada, a la pequeña mesa mirando al suelo. Se sentó y se cruzó de brazos. No entendía por qué se habían tenido que trasladar de ciudad y no poder volver a ver a sus amigos. Sus padres eran abogados y trabajaban en uno de los bufetes más prestigiosos del país. Los días interminables de soledad eran la rutina de la casa: despertador, desayuno exprés, respuesta a unos cuantos correos electrónicos, lectura rápida de los titulares de la prensa internacional, dos minutos de amor, trayecto familiar en coche hasta el colegio, donde dejaban a Max, y treinta minutos de viaje hasta el lugar de trabajo.

- Yo me llamo Lily - dijo la pequeña, pero Max seguía enfurruñado y mirando su mesa - ¿por qué estás enfadado?
- Porque sí - escupió Max mientras apretaba con más fuerza los brazos y fruncía el ceño

Lily no supo qué decirle al niño que se sentaba a su lado, triste y enfadado. Alex y Katie, enfrente de ellos, seguían dibujando los animales que vieron en la excursión al zoo que habían hecho el día anterior. Lily se giró sobre su silla y rebuscó en su pequeña mochila amarilla, con forma de sol, mientras Max, curioso, la observaba de reojo.

- Toma - le dijo ella mientras posaba en la mesa del niño una galleta.
- Qué galleta tan rara - dijo Max asombrado - las que compra mi mamá tienen forma de oso, pero no de nube.
- Estas las compra mi papá y son mágicas. Pruébala, está muy rica y sabe a naranja - dijo Lily sonriendo.

Max cogió la galleta y mordió un pequeño trozo que degustó en el paladar. La niña tenía razón, sabía a naranja, era muy dulce y le gustó así que, sin haber terminado de tragar la masa que se había formado en su boca, mordió otro trozo, y otro, y otro hasta que se comió la galleta, con forma de nube, entera. No se había creído que unas galletas pudieran ser mágicas: no notaba que le hubiera salido cola o que sus pies se hubieran vuelto invisibles, pero la galleta estaba rica y, sin darse cuenta, había relajado la expresión de su rostro.

- ¿Qué haces? - preguntó Max al mirar hacia la mesa de Lily y ver un par de jirafas pintadas.
- Pinto unas jirafas que vimos ayer en el zoo. Si no tienes pinturas te puedo dejar las mías para que tú también dibujes.
- ¡Vale! - dijo Max sonriendo y dejando atrás el enfado hacia sus compañeros, hacia aquel día y hacia aquella pequeña ciudad.

jueves, 3 de junio de 2010

Un deseo (II)

- Está bien, pediré mi deseo


- ¿Segura?


- Lo he meditado largo y tendido. Estoy segura.


- ¡Genial! Venga, ¡pide por esa boquita!


- Mi deseo es... yo... bueno, ¡ahí va!: DeseoQueTodoSeaSencillo. Que los problemas no me nublen la mente, que no falte ninguna sonrisa, que pueda dejar a mi alma hablar y que me lleguen a comprender, aunque sea por tan sólo diez segundos. Porque creo que la clave de todo es esa, comprender a las personas, y sólo así todo puede cambiar, estoy convencida, no tengo ninguna duda de que la clave es escuchar con el corazón. Quiero que me escuchen, quiero que hasta las estrellas que están a millones de años luz de este cielo sepan y valoren que la vida de las personas es más que seguir una rutina, acudir a un lugar de trabajo, comprar cosas inútiles o fingir ser feliz. Quiero que escuchen, que todo el mundo se escuche a sí mismo, que dejemos de mentirnos, que nos escuchemos y así podamos ser los más ricos sobre la faz de la tierra: ricos de sentimientos, ricos en felicidad, ricos de corazón.


- ¿No crees que eso es pedir demasiado?. Generalmente caminamos de aquí para allá, sumergidos en la rutina que mencionas, sin reparar en nadie ni nada más que nosotros mismos: somos egoístas.


- Por eso mi deseo es que todo sea sencillo, ¿no lo ves? lo engloba todo. Si todo fuera sencillo, no tendríamos reparos en pararnos a hablar con un desconocido y escucharle como si fuéramos un par de viejos amigos de la infancia. Si todo fuera sencillo, los problemas y el estrés de la rutina no minarían nuestro ánimo y siempre tendríamos espacio para regalar sonrisas. Si todo fuera sencillo, afrontaríamos el tiempo y la vida con otra perspectiva, los plazos no amenazarían tan duramente y  no saldríamos muertos de las batallas perdidas: porque todo sería sencillo y ni los golpes más duros nos borrarían la ilusión por un nuevo día.


- Estás loca de remate.


-  Gracias, prefiero que me llames Soñadora pero, dime ¿me has escuchado de verdad?...








- Ojalá se cumpla tu deseo, Soñadora...

miércoles, 2 de junio de 2010

Utopía

El silencio reina en ese lugar, a millones de años luz del suelo, llamado Utopía. Allí la gente no tiene voz porque no es necesaria y como no existe el sonido de las palabras, generación tras generación, sus habitantes fueron perdiendo el sentido de la audición hasta quedarse completamente sordos. Basta mirar el rostro de las personas que se cruzan, cada una volando sin un rumbo fijo, para saber qué guardan dentro y cómo son sin ningún tipo de velo que oculte la verdad: sin engaños, sólo esencia.

La gente se saluda por medio de sonrisas, llora con el corazón, ama con la mirada y se defiende del mismo modo que ayuda: con su esencia. La esencia de cada persona es compleja a la vez que hermosa y, en cierto modo, peligrosa... Las esencias son todas distintas, no hay dos iguales, y nadie tiene el poder de juzgar a otra persona, pues, no hay esencias mejores ni peores que las demás: todas son únicas y por tanto admirables.


La diferencia radica en cómo las esencias conectan unas con otras en base a la comunicación silenciosa que realizan entre ellas: es así como encuentran su complemento. Los sentimientos que contrastan o reflejan los propios, las vivencias ajenas que , sin haberlas experimentado, dejan huella, el carácter que consigue asombrar una vez y otra vez, sin importar cuántas veces se deje ver... Lo peligroso de las esencias es que, al carecer de palabras en el aire, cuando llueve en abundancia los ojos pierden el enfoque sobre la persona con la que tratan y, creyendo que lo que oyen es la voz de la otra persona, en realidad lo que oyen son frases desordenadas, formadas por pensamientos de otras esencias que comparten el mismo momento y lugar... El peligro es, por tanto, distraerse sin darse cuenta y creer ver en una persona cosas que no tiene, que no piensa, que no siente, que no vive...


 Una vez visité Utopía, recorrí sus calles sin pisar ningún suelo: flotando y comunicándome en silencio. Lo que no recuerdo, lo que no sé... es si aquel día hubo, o no, tormenta en el cielo.