jueves, 5 de noviembre de 2009

Recordando recuerdos y viviendo con ellos

Estoy de pie, con todos mis recuerdos entre mis brazos y me pregunto todo el rato qué puedo hacer con ellos. Lo medito un rato y me viene a la mente que quizá deba tirarlos a la basura pero el simple hecho de pensar en deshacerme de ellos, de que acaben en el olvido y de no volver a verlos nunca más, me quita la idea de la cabeza: son demasiados y demasiado bonitos como para que desaparezcan, se pierdan en la nada y no encuentren el aprecio que merecen. Sigo con ellos en mis brazos, les aprieto un poco más fuerte hacia mi, me abrazo con ellos y les prometo entre susurros que no morirán.

Sigo en pie y sigo buscando alguna solución para aliviar un poco el dolor, mientras tanto toco uno de los recuerdos y en un segundo revive en mi, entonces lloro...cierro los ojos y sigo llorando. Son tan bonitos estos recuerdos... tienen vida propia, veo la luz en su interior y cómo me invitan a posar mi mano sobre ellos y dejar que me muestren otra vez momentos felices en los que los días siempre brillaban aunque hubiera nubes en el cielo, días en los que una canción triste no me entristecía...

Aún estoy en pie y mientras me seco las lágrimas comprendo que no puedo tampoco aferrarme a ellos durante todo el día, tengo que encontrar una solución y de repente se me ocurre: los guardaré en una caja, en un rincón de este lugar tan cálido y hogareño, sí eso haré y de ese modo tampoco les perderé, podré visitarles de vez en cuando y podré aliviar la carga de tanto dolor y de este modo lograré seguir adelante. Llego a ese rincón de mi corazón, y encuentro una caja vacía, está abierta y me es inevitable pensar que en realidad esa caja ya me estaba esperando... empiezo a guardar con cuidado los recuerdos en ella pero hay un problema: no entran todos. No, no, no... no puede ser, ¿ por qué son tantos?, maldigo mi suerte y lloro otra vez.... Les miro, claramente hay recuerdos más hermosos, y a la vez más dolorosos, que otros y entonces encuentro la solución: guardaré en la caja estos, los más intensos, los que más duelen, los que más pesan... y así aliviaré mi carga, aliviaré el dolor, y aprenderé a vivir con los otros en mis brazos. Así que eso hago, guardo en la caja esta clase de recuerdos, lo hago con sumo cuidado, no quiero que se rompan y al ir cogiéndoles me acarician... y lloro de nuevo.

Todavía estoy aquí, de pie, miro la caja, ahora cerrada, y a través de sus esquinas se escapa la luz de los recuerdos que alberga en su interior... la veo moverse, son ellos, me llaman. El nudo que tengo en la garganta me ahoga un poco más de lo habitual y con gran esfuerzo les doy la espalda, no me alejo pero así tampoco puedo verlos. Me siento en el suelo, con el resto de recuerdos en mis brazos, pero sigo oyendo cómo se mueven los otros en la caja que está a mi espalda. Cierro los ojos y lloro... lloro porque les estoy recordando y ni siquiera alcanzo a tocarlos, lloro porque son ellos los que me alcanzan a mi aunque les de la espalda, lloro porque son más fuertes que la distancia que nos separa...  lloro porque esta vez soy yo la que revive en ellos.

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