martes, 2 de febrero de 2010

Bajo el sol de tus brazos

Hoy el sol brilla en el cielo azul (azul de verano) aunque el aire sobre el asfalto es frío y la temperatura de mis manos me da escalofríos. Si fuera verano me refrescarían porque yo siempre tengo las manos (y los pies) helados, pero no lo es. Hoy las carreteras han permanecido vacías en mi trayecto y, al llegar a mi destino, pensé en ti. Tu coche, ese que tantas mañanas he buscado con la mirada y que hoy no busqué porque no pensaba encontrar, estaba allí: tú estabas allí.

Recorrí el largo pasillo hasta el hall buscándote con la mirada (y con el corazón), pero no estabas por allí. Quizá tenías examen aunque una parte de mi me dijo que no, que tú me habías dicho que el próximo que tienes es a finales de semana. Quizá fuiste a entregar alguna práctica o a preguntar alguna duda... sí, eso es más probable... Cuando salí me acerqué a la biblioteca a coger un libro, para tener algo que leer estas noches hasta que termines tus exámenes y me dejes invitarte a algún sitio, y pude ver en la distancia que tu coche ya no estaba: te habías ido.

Ya no compartíamos el mismo aire, ¿en qué minuto exacto te alejaste de allí?, y de repente el día perdió su interés... ya no tendría la oportunidad de tropezarte hoy.

De camino a casa, el cielo despejado me animó un poco: adoro este azul de verano... ojalá no dejase nunca entrar a las nubes negras. En un instante observé que el depósito de combustible de mi coche estaba lleno por encima de la mitad y pensé en que me gustaría tener el poder de volver hacia tu casa, decirte que cogieras tus gafas de sol y subieras, que iríamos hasta donde nos permitiera la gasolina y allí nos quedaríamos. Y entonces yo pararía el tiempo para los dos: el sol, el cielo azul de verano, tú y yo.

Cuando llegué a casa sentí que una parte de mi se había ido de viaje,  y se fue contigo, a un sitio desconocido. Todavía no ha regresado, sigue conduciendo y escuchando música, contigo a su lado; dice que la deje pasar la tarde contigo, bajo el sol de tus brazos, y que cuando regrese promete regalarme la noche contigo, bajo el calor de mis sábanas. Y yo la digo que vale, pero que otro día lo haremos al revés: seré yo la que comparta la tarde contigo, bajo el sol de tus brazos, en un sitio desconocido y será ella la que se quede con tu recuerdo en su habitación, bajo el calor de sus sábanas.

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