El tiempo es relativo y también es relativo cómo nos lo tomamos. Recuerdo los días de verano, esos en los que la vida me parecía buena... y siento nostalgia por ellos. Fueron días especiales, no por lo que pasara en ellos, pues al decir verdad eran días monótonos: sin clase, sin nada que estudiar, sin viajes, sin planes... sólo mi vida: mis padres, mi hermana y yo. La rutina era dormir hasta que el sol se colara por las rendijas de arriba de la persiana de mi habitación (no consigo hacer desaparecer esas pequeñas rendijas), el cielo azul y limpio de nubes me recordaba que debía tender al sol los trajes de baño que me esperaban en la lavadora de la noche anterior y mi mayor preocupación era preparar la bolsa con las toallas y la radio.
Recuerdo el calor en la calle y el sol en mi espalda, la corriente que circulaba por el coche en marcha y la sensación de hambre al llegar al parking de la playa. El reloj indicaba que el baño y el paseo de rigor para secar por la arena no había sido mucho, pero tampoco tengo la sensación de que fuera con prisas. Me encantaba subir por la pequeña pendiente hacia El Cotero, siguiendo el camino que entre los cuatro habíamos formamos día tras día, verano tras verano, durante esos tres meses del año que nos regalábamos juntos.
La comida tenía otro sabor allí: sabía a complicidad y armonía, a alegría en el corazón y brillo en los ojos. La siesta era el momento más esperado, cuando escuchar música por los auriculares mirando el cielo despejado me sumergía en el sueño. Despertarse allí era despertarse en el mismo paraíso, nadie se quería ir pero la hora apremiaba y el trabajo llamaba con urgencia.
Esos días de verano forman sin duda gran parte de la felicidad que yo voy acumulando con los años, con días y momentos especiales como ellos. Pienso a menudo en aquellos baños, en el camino hacia el paraíso (todavía puedo sentir la yerba mullida bajo mis pies), en el sabor crujiente y suave del pan... pero sobretodo recuerdo los sueños azules: el peso de tanta felicidad sobre mis párpados y la vagueza para abrir los ojos después de permanecer allí.
Hoy el cielo ha sido azul y, donde no daba la sombra, el calor del sol me recordaba la felicidad de tiempos pasados. Si pudiera, retrocedería en el tiempo y lo pararía en esos días; nunca anochecería ni pasaría la vida, me quedaría allí dormida junto a mi familia: en nuestro pequeño paraíso.
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