lunes, 25 de enero de 2010

Tic, tic, tic...

Pasan los segundos, los minutos, las horas... y los días. Tic, tic, tic... Las agujas del reloj no dejan de sonar ni de avanzar. Tic, tic, tic... No sé qué puedo decirte, qué excusa tonta buscar para preguntarte qué tal lo llevas. No sé por qué tengo que buscar una excusa... no tengo por qué, puedo limitarme a preguntar directamente y esperar a que respondas... si respondes, claro. Entonces, ¿por qué no te lo pregunto? ¿a qué estoy esperando para hacerlo?. Tic, tic, tic...


No sé si en estos días habrás pensado algo en mi, tal vez, aunque fuera por casualidad lo hiciste. Quizá te has cruzado con alguien que no tiene ningún aroma propio, como yo, ¿te acuerdas? ya te lo dije: yo no dejo huella. O tal vez, te has fijado en la mirada apagada de alguien: ojos sin luz, opacos y ciegos. Puede que hayas visto una película o un anuncio en el que saliera una playa: ¿recuerdas la sensación de la crema fresca y de olor penetrante?. Tic, tic, tic...


Ya está, ya te he preguntado y ahora... esperaré, como siempre. No sé por qué te he preguntado, cuando escribía sentía miedo: ¿vas a contestarme? y si lo haces, ¿será por obligación?, ¿para no herirme con el silencio?;  y una sensación que no identifico: ¿traición? pero, ¿a quién estoy traicionando? ¿a ti o a mi?. Y si esa sensación fue como la congoja de la traición, ¿puede ser que sin saberlo hayamos hecho un pacto secreto por el cuál no podemos volver a hablar?, ¿puede ser que te preguntara sin querer hacerlo?, ¿ha cambiado algo en mi desde ayer para que piense que quizá ya no necesito saber de ti?. Tic, tic, tic...

Y si resulta que es eso, que ya no necesito saber de ti, ¿será porque las horas sin verte apagan tu recuerdo?. Tic, tic, tic... No, tu recuerdo no se apaga, me apago yo. Tic, tic, tic... Si realmente algo hubiera cambiado desde ayer y ya no te necesitara: ¿estaría escribiendo todo esto?¿me importaría cuánto tardes en contestar (si lo haces, claro...) a mi pregunta?. Tic, tic, tic... No. Otra vez, me olvido de que a mi, aunque quiera, no me puedo engañar. Tarde o temprano me descubro aunque esta vez he llegado lejos, casi lo consigo: casi logro creerme mi mentira.
- ¿Dónde he fallado? He estado tan cerca  hoy...
- Tu error ha sido dejarme hablar: el miedo que te transmití mientras escribíamos lo he podido plasmar, aquí, en nuestra nube. ¿No ves que es evidente? ¿Por qué crees que el tiempo se nos hace eterno? Vuelve a leer desde el principio, anda... Has estado cerca pero no puedo dejarte ir más lejos.
- Vaya... Lo hice por el bien de las dos, ¿estás enfadada?.
- No. Tú has actuado como sabes y yo he hecho lo mismo.
Tic, tic, tic... Ahora, también veo a qué se debía la sensación de traición. Yo misma intentaba taparme y lo que para una de mis partes era lo correcto (lo debido) para la otra no: lo correcto, lo debido... no es engañarme, es seguir llevándolo hacia donde vaya. A más o a menos, pero siempre sincera conmigo misma. Tic, tic, tic... Supongo que hoy estoy un poco más apagada que ayer y por eso he permitido, por unas horas, que el engaño pareciera real.

Quizá deba dejar que sea así: un engaño, para que sean más llevaderos todos estos segundos...  pero si hago eso me arrepentiré. Me arrepentiré porque siempre tendré la duda de qué hubiera pasado si hubiera tenido paciencia, si hubiera sido constante en mi deseo de conseguir que yo sea tu deseo, si me hubiera tomado en serio mis sentimientos y los tuyos: detenerme a observar cómo se desarrolla el juego, dar a cada cosa su tiempo, con visión calmada y jugando bien mis cartas en todo momento... Y de eso hablo cuando digo que tengo que seguir llevándolo, hacia donde sea, pero sin mentirme. Porque si una cosa tengo clara es que no quiero arrepentirme de nada. Tic, tic, tic...

1 comentario:

  1. De los errores se aprende dicen, y arrepentirse es el sentimiento de impotencia más acusado.
    Tú tienes la clave para evitar todo eso.

    Me gusta tu estilo Nube, te sigo =)

    ResponderEliminar