lunes, 8 de marzo de 2010

Corazón cojo

Día intenso: después de un fin de semana dedicado a adelantar trabajo para el PFC, esta mañana estuve dando los últimos retoques para preparar la cita que tenía al mediodía con la profesora que me dirige y comentarla algunas ideas. Llegar a casa después de casi media hora de trayecto desde la facultad, comer y salir de nuevo en apenas 45 minutos para llegar puntual a la empresa con la que hago el proyecto ya que había quedado con el director del mismo para tratar el avance que vamos siguiendo.

Me siento realiza en este aspecto hoy. He sabido y me he obligado a centrarme durante toda la mañana en cosas importantes, cosas para mi futuro "profesional", es lo único que ahora mismo siento que tengo en mi mano, lo único que puedo controlar y que depende solamente de mi. La parte sentimental de mi vida se me escapa de las manos, no puedo hacer nada con ella, salvo esperar que ocurra lo que tenga que ocurrir o que no ocurra nada... ahora mismo soy más partidaria de la opción de esperar a que no ocurra nada, porque no va a ocurrir nada; al menos, no hasta que no recupere de algún modo ese pedazo de corazón que he perdido. Se podría decir que mi corazón cojea, sí... y de qué manera.

Ayer no me miré al espejo como siempre, ayer me observé de verdad, bajé de mi nube un instante... me fijé en mi y no me gustó verme como me vi: ojos apagados llegando a parecerme casi negros en vez del tono marrón que tienen por naturaleza; mirada sin vida que no ve nada de lo que hay a su alrededor, que sólo puede mirar hacia el interior y no sabe cómo desviarse hacia el mundo; vi, que mis ojeras se aprecian marcadas de manera distinta a la habitual, ya no son fruto de la falta de sueño, son resultado del dolor que convive conmigo durante todo el día y las lágrimas producen bajo mis pestañas inferiores una ligera hinchazón, casi imperceptible pero que no pasa desapercibida para mi. Me horroricé  y silencié con mi mano un grito mudo de espanto, de pánico, de miedo... ¿Qué te estás haciendo?, preguntó alguien en mi interior y entonces llegaron otra vez las lágrimas, pero éstas eran por mi.

A los ojos de la gente engaño a duras penas, me preguntan que por qué estoy tan decaída, pongo excusas creíbles para todos menos para mi: "me acosté tarde", "estuve todo el día fuera y estoy cansada", "esta asignatura me agota"... Qué triste es pensar que ojalá esos motivos fueran ciertos, qué triste es confesarme cada día que estoy así  porque una parte de mi se debate cada mañana si ese día va a seguir en pie, qué triste ser tan egoísta y reconocer que lo eres, qué triste aparentar normalidad y guardar dentro un mundo en ruinas, qué triste me siento.

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