jueves, 25 de marzo de 2010

Sueños e Infiernos (III)

Pensando en otro mundo, en una realidad soñada, en un futuro mejor. Así pasaba el tiempo. Pero no era tan fácil, nunca dejaba de sentir el fuego, a lo más que llegaba era a sentir un cálido abrazo de las llamas a su alrededor y el sudor de su corazón. En los momentos en que ardía no era nada y lo era todo, era ella y no lo era, podía verse a sí misma a un par de metros y de repente sólo veía el fondo negro empañado por lágrimas.

Se estaba convirtiendo poco a poco en una víctima anónima en aquel lugar, nadie la encontraría nunca, pero eso, tampoco le importaba. A esas alturas se conformaba con conseguir salir de allí, se conformaba con alejarse del infierno, no deseaba más que eso. Adquiría con cada pensamiento una nueva piedra para ese camino que quería dibujar mientras soñaba, para un día poder salir del infierno a través del sueño hacia otro lugar: esa era la salida que estaba fabricando. Despierta, su corazón seguía calcinándose e, incansable, resistía el fuego arrojando a su interior miles de recuerdos que soñó una vez, cuando confundió el cielo con la tierra. Lo soñé todo - pensó a la vez que sus palabras se convertían en otro recuerdo que quemar. Había pasado demasiado tiempo dormida en una felicidad inventada, y, ahora no podía volver atrás. Ojalá... - pensó mientras asomaban las lágrimas a sus ojos - Ojalá no hubiera despertado nunca.

El fondo del infierno no había cambiado de aspecto ni de color: seguía siendo áspero, frío y negro. Los días y las noches se sucedían repetitivamente, una y otra vez. Del mismo modo, el sufrimiento despertaba con ella cada mañana y se convertía en calor soportable antes de dormirse, cada noche, entre lágrimas.

Una tarde oyó algo, era el sonido de unos pasos: lentos, sordos.... Empezó a dar vueltas sobre sí misma, abriendo bien los ojos para conseguir distinguir alguna forma a su alrededor, y entonces, le vio. Era un niño de rostro dulce con ojos de adulto. Le conocía, se quedó paralizada al darse cuenta de quién era. Él, ese niño  que tanto le hizo sentir en aquel sueño, cuando era feliz, cuando la palabra infierno no significaba nada en su vocabulario. Tú... - logró decir con voz áspera mientras un torrente de sentimientos le ahogaba la garganta. El niño dio un paso al frente - Sólo venía a despedirme... - miró a su alrededor y sintió lástima por aquella chica que no conocía pero cuya cara le resultaba familiar - ¿sabes?, lejos de estas paredes el cielo es azul. Bueno... adiós. 

Todavía quieta, cerró los ojos, no quería ver cómo se alejaba otra vez ese chico. Las lágrimas comenzaron a resbalar por su rostro al recordarlo todo... Ahora sabía que, al menos, una parte de su cielo fue real, que existía. Le encontró por casualidad, ella mantenía aquel día una conversación y al girarse le vio. No se perdió en sus ojos en aquel instante pero durante sucesivos días sus caminos se tropezaban sin esperarlo. Ella se sentía feliz en aquellos tiempos, antes de que él apareciera en su sueño: era feliz. Con su llegada el sueño cambió, comprendió que siempre le había faltado algo... los colores llenaron las mañanas, por las noches las esperanzas y las ilusiones crecían solas, hasta que un día, de sol y burbujas en el aire, decidió acercarse: para ella, era el regalo más hermoso que le ofrecía la vida.

Se sentó a su lado, con miedo, con alegría... sentía que le conocía desde siempre, estaba cómoda allí, en ese sillón de algodón. Cuando se levantó, apenas recordaba qué se habían contado, sin darse cuenta estaba flotando entre nubes blancas de luz, estaba en el mismo paraíso, en el cielo... el auténtico cielo. Le enamoró el contraste de su rostro y sus ojos... y después cuando le fue conociendo, día tras día, comprendió que el amor sólo podía llevar su nombre. En su interior, halló al niño. Le descubrió sin que él lo supiera, sin que ella pudiera evitarlo. Su corazón estaba marcado por un millón de cicatrices y la dureza de sus ojos era resultado de un infierno como el que ella estaba pasando. Sintió la necesidad de abrazarle, de cantarle al oído mil canciones de cuna, de llorar sus cicatrices como si le pertenecieran a ella. Se enamoró, sin darse cuenta y sin poder remediarlo.

Él empezó muy pronto a jugar con el corazón, nunca había sufrido más que algún rasguño, nada que le impidiera borrar la ilusión de un nuevo amor. Pero entonces llegó su infierno, se quedó helado al comprender que su corazón había amado de verdad y que de verdad, aquella vez, estaba destrozado. Miró sus manos y no encontró el corazón que siempre había estado allí, jugando. Miró al suelo y en millones de millones de pedazos se le encontró sangrando. Comenzó su infierno...

Ahora ella sentía las llamas ardiendo más que nunca, al recordar el dolor y las heridas de ese niño que ella seguía sintiendo tan indefenso y falto de amor. Deseaba que ese niño nunca hubiera sufrido lo que sufrió, en aquel sueño y en el infierno que ahora vivía siempre se preguntó, una y mil veces, por qué la vida había tratado tan mal a esos ojos tan tristes y a la vez tan dulces. Pensaba que, si tuviera el poder de curar las heridas, lo primero que ella haría sería volver a aquel día en que el chico perdió su amor y le borraría, borraría ese maldito día de la historia del mundo de los sueños y todo lo haría por conseguirle un final mejor.

Había venido a despedirse, no le notó apenado. Eso le tranquilizó, le alegró que por fin pareciera que había salido de su infierno y ya no sufriera más, se merecía ser feliz y algo en su interior le decía que había encontrado un amor. Deseó que fuera un amor que no le partiera otra vez el corazón, que le devolviera el brillo a sus ojos y le diera color a su vida...le deseó lo mejor desde el corazón, que ardía en su interior. Un escalofrío recorrió su cuerpo, todavía permanecía con los ojos cerrados y las lágrimas cruzaban sus mejillas sin cesar. Hacía rato que él se había ido, esta vez, de verdad. Separó un instante los labios apretados y agarró con fuerza los barrotes de su condena. Adiós, amor... - consiguió pronunciar. Rasgándose la piel de sus manos se dejó llevar, una vez más, hacia el suelo y el infierno empezó de nuevo.

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