miércoles, 17 de marzo de 2010

El sol asoma en el horizonte

Ahora por fin lo veo, el sol asoma en mi horizonte. Todavía hace frío, la sombra me cobija aquí dentro pero no por mucho tiempo. El sol se irá levantando, cada día, un poco más en el cielo y el frío irá desapareciendo. Las decisiones más pequeñas muchas veces son las más dolorosas, las que  producen mayores consecuencias: buenas o malas, eso no importa, lo importante es que la vida nos siga arrastrando hacia adelante.

Unas palabras que producen dolor en silencio, una carta escrita a manos de un corazón desnudo: una despedida, yo. Unos ojos ocultos tras cristales de espejo, una frase formada por palabras no acertadas en ese momento: una despedida, tú.
- No sé qué decir, bueno.. ¿nos veremos por aquí no?
- Claro... (que no)
Pasos que se alejan en direcciones contrarias, y, por primera vez en mucho tiempo el sol ayer me regaló su calor. Armonía, descanso, alivio... en paz: cuando sientes la alegría de haber terminado bien lo que empezaste, de haber luchado tu batalla hasta el final, de sentir que nunca te rendiste y que, al final, tú no perdiste. Y es así, me siento de verdad así. Aprecio el valor de mi propio gesto, de mis propias palabras. Admiro mi constancia, de pelear con empeño por aquello que me daba la vida (y de verdad, me la daba...). Lo reconozco, aquí todavía hay lágrimas pero cada vez son menos las dedicadas a ese regalo que iluminó tardes de calor y noches de frío, y cada vez son más las dedicadas a mi: quererse y admirarse, son sentimientos que no debemos apartar nunca de nosotros mismos.

Es extraño, siento lástima por el adversario. En este juego él siempre tuvo un pensamiento que intentó que yo también hiciera mío: yo sería la que perdería. Y quizá, fue eso lo que siempre me agrietaba por dentro, y quizá él se obligó a pensar aquello para no volver a sufrir en su vida. No le culpo por ello, puedo llegar a entenderlo, en realidad, es tan sensible... tiene miedo a sufrir y después de conocer de su propio infierno, tiene motivos para ello. Al final, siento lástima, impotencia y rabia (dolor, todavía me duele tanto...) por no haber conseguido mostrarle que, en la vida, los sufrimientos duran lo que queramos nosotros. No hay que tener miedo a sufrir, así nunca podremos ser felices.

Yo no perdí (al menos, no como él se piensa), ha sido él el perdedor esta vez: el miedo nunca le dejó ver que yo vislumbré todo su interior, todas esas cicatrices que le convierten paradójicamente en algo tan adorable, tan admirable... Y es que realmente lo es, por eso me duele tanto tener que dejarle ir, soltarle y no volver a saber de él nunca, nunca más... Duele, duele, duele... Siempre le querré, siempre admiraré ese interior que poco a poco iré perdiendo de vista. Es tan difícil decir adiós cuando has encontrado la razón de sentir como sientes... Cuesta desprenderse porque temes que esa parte de ti que te ha enamorado tanto muera con los recuerdos. Le pierdes a él, te pierdes a ti... y a la vez, sientes que él está perdido: te ha perdido y todavía no sabe cuánto lo lamentará. Lo sé, algo me lo dice, un día se dará cuenta, quizá cuando lea esa carta, que se hizo tarde. Que por mucho que un corazón muera por otro, hay cosas que impiden que puedan caminar juntos de nuevo.

Hoy el sol sigue aquí, el cielo no es azul de verano, es blanquecino pero siento que me pide tiempo porque está creando ese color azul que se le ha acabado. Sonrío y le digo que esté tranquilo, que de aquí no me moveré hasta verle aparecer otra vez. Y es que, ahora por fin lo veo, el sol sigue asomando en mi horizonte. Todavía hace frío, la sombra me cobija aquí dentro pero no por mucho tiempo. El sol se está levantando, cada día, un poco más en el cielo y el frío comienza a desaparecer. 

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