sábado, 13 de marzo de 2010

Sueños e Infiernos

Una vez estuvo en el cielo, rodeada de nubes blancas y cálidas... pero no sabía que sólo era una ilusión, no sabía que en realidad sólo era un sueño... Cuando despertó, se vio encerrada en el infierno, sin escapatoria y sin vuelta hacia el paraíso. Encerrada, enjaulada en su propia celda, quemándose en su propio fuego... ¡Socorro! - gritó con toda su voz. ¡Socorro! - retumbó el eco del aire infinito...Y la hoguera siguió arrasándola por dentro, calcinando cada milímetro de recuerdos y sentimientos... convirtiéndolos en cenizas blancas a su alrededor.

Se quedó muda cuando, al oír el eco, comprendió que no había salvación posible, que no había nadie alrededor de ese infierno en el que se encontraba inmersa, entonces el llanto se hizo más profundo, más desgarrador. Convirtió sus ojos en un mar de lágrimas dulces y saladas, se sentía invisible incluso para sí misma, no reconocía en ella a esa persona que siempre creyó conocer: esa chica racional y fuerte, esa chica incansable que asimilaba y apartaba de su mente con una habilidad asombrosa todas las lecciones amargas de la vida. Ya no sabía quién era ni qué hacía, era una completa desconocida y no entendía por qué sufría.

Y el fuego se propagó hacia el exterior, las cenizas comenzaron a arder también. Nunca había visto nada parecido, parecía como si la hoguera no tuviera fin, como si todo lo que estaba prendiendo fuera interminable, como si no desapareciese nunca por completo... era una auténtica pesadilla ¿Por qué no me despierto? - le suplicó a sus adentros. No comprendía, todavía, que el sueño había sido el cielo y no el infierno; que el infierno era ahora su hogar y no lo abandonaría tan rápido como ella desearía.

Pasaron los segundos, pasaron los minutos, pasaron las horas, pasaron los días... y toda ella seguía rodeada de llamas: por dentro y por fuera. El tiempo no parecía disminuir la condena pero mientras tanto había conseguido aprender a convivir con ella: había aprendido a llorar en silencio mientras se mantenía en pie, agarrada a los barrotes de la jaula que le encerraba allí, en aquél lugar hostil de fondo negro.A veces, sus piernas le fallaban y entonces luchaba con sus brazos para mantenerse allí, atada a su propia cárcel... hasta que no podía más y las manos resbalaban por los ásperos tubos de metal, y, lenta y dolorosamente se dejaba caer.

Aprendió a levantarse casi sin darse cuenta de ello, del mismo modo que tampoco sabía por qué le fallaban las fuerzas y caía. Había conseguido, sin embargo, aprender a hacerlo y con cada caída sabía que habría un nuevo esfuerzo, un nuevo intento de levantarse del suelo.

Pasó algo de tiempo, no podría decirse cuánto, hasta que comprendió que ese infierno se había convertido en su rutina. Esto le parecía todavía más terrible y en ese momento, el pánico se sumó también a la hoguera. Perfecto, algo más para quemar... - ironizó triste.

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