lunes, 10 de mayo de 2010

Él y Ella

Habían quedado a las cinco de la tarde en la plaza donde se habían encontrado por primera vez. Faltaban cinco minutos para la hora concertada pero él ya estaba allí, sentado en un banco de madera, esperando. Sabía que ella llegaría tarde, como siempre, pero eso no le molestaba porque le gustaba ver cómo aparecía acelerada ante sus ojos, y se preguntaba a sí mismo, mientras sus labios dibujaban una sonrisa, cuál sería la excusa para hoy.

Miró la hora en su móvil: las cinco en punto. El día era soleado pero no caluroso, corría una leve brisa del norte y las gaviotas cruzaban el cielo hacia la costa que estaba a escasos kilómetros de allí. Hoy pensaba llevarla a uno de sus sitios favoritos, donde iba cuando quería disfrutar de las vistas de la ciudad. Era un sitio tranquilo, estaba cerca de los acantilados y desde allí se podía saborear el agua marina en el aire. Miró a su derecha: ahí llegaba ella.
- Lo siento, lo siento, es que justo cuando ya salía por el portal me acordé de que se me había olvidado coger kleenex.
- ¿Por qué siempre tienes que volver a por algo? - rió
- Ya sabes como soy, además sólo me he retrasado cinco minutos, ¿eh? - dijo ella, divertida.
Caminaron conversando animadamente sobre cómo les había ido respectivamente la mañana en el trabajo. Por el camino encontraron a un anciano que llamaba a su perro, que se había escapado. Él cogió al perro, pequeño y negro, se lo entregó a su amo con delicadeza y éste siguió andando sin darle las gracias. Juntos, comentaron la poca educación del señor y ella, en silencio, apreció el valor del gesto de él y sintió que le quería, entonces, un poco más todavía.


Siguieron por un sendero de tierra y hierba rodeando los acantilados hasta el sitio que él había indicado. Se sentaron juntos, él se descalzó y le pidió a ella que le acercara sus pequeños pies para descalzarla. Retiró la hebilla de la pulsera de sus zapatos y dejó el calzado al lado del suyo.
- Gracias.
- Así disfrutarás más del paisaje.
Allí, en medio de la nada, vieron atardecer acompañados por el cielo libre de nubes y arropados por el viento. Ella se sintió libre por tenerle a su lado compartiendo aquel momento y él se sintió libre por compartir ese lugar mágico con esa chica que le transmitía tanta paz cuando estaba a su lado.

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