lunes, 17 de mayo de 2010

(Tiempo muerto)

Cuando se despertó, no vio a su alrededor más que oscuridad. En un segundo se dio cuenta de que no sabía dónde estaba, ni qué hora era, ni qué día... Se  giró sobre sí misma encima del colchón, rígido como las piedras. ¿Dónde estoy?, ¿qué hora es?, ¿es Viernes? - se preguntó.

Nada. No recordaba nada: no tenía respuestas. Se incorporó rápidamente ante la angustia que crecía con fuerza en su interior. ¿Dónde estoy?, ¿dónde estoy?... ¿quién soy...? - y se quedó muda de pensamiento ante esa pregunta. Temerosa y con las manos de cristal temblando, se levantó como pudo, intentando no tropezar con sus propios pies. Caminó a ciegas, siguiendo con las manos la pared que tenía al lado y encontró la puerta. !Una puerta! - pensó con alegría y cierto pánico.

Al otro lado de esa puerta se habría un inmenso recibidor de forma irregular. Dio un paso al frente, en el lateral derecho había otra puerta cerrada, pero esta era de cristal y se veía luz en el interior de la habitación. Sigilosamente caminó hacia ella. Se detuvo a un lado antes de decidirse a abrirla, quería escuchar qué pasaba dentro... Nada. No oía nada, salvo el pulso frenético en su garganta. Ahora o nunca, venga, si estás aquí es por algo, ¡vamos! - y con la cabeza a punto de estallar en su cuerpo por la presión, agarró con firmeza el pomo de la puerta y le giró mientras le empujaba con decisión.

Se quedó quieta y estupefacta al ver que ante ella se extendía una gran pradera tan verde como la esperanza, decenas de árboles frutales se dispersaban por el terreno y se perdían en el horizonte junto al cielo azul de verano y las nubes blancas como la nieve. Avanzó un par de metros, sintió la hierba mullida y fresca en sus pies: iba descalza y con un vestido, menos verde que la esperanza, de algodón. Se sentó allí mismo, con mil preguntas en la mente y sin respuestas que la devolvieran a su ser. Pero... - susurró para sí misma mientras empezó a contemplar el horizonte...

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